¿PEDRO «LA ROCA»? Y LA TRANSFIGURACIÓN
Volvemos ahora a Galilea, la tierra nativa de Jesús. Allí pasaría los últimos seis meses de su vida. Sólo haría dos viajes más a Jerusalén: uno para la Fiesta de Dedicación y el otro para guardar la última Pascua, para cumplir lo que estaba profetizado: que sería sacrificado por los pecados de la humanidad y luego resucitaría. Por eso, de aquí en adelante lo veremos preparando diligentemente a sus discípulos para su próxima partida y para que se encargaran de su futura Iglesia.
Comienza el relato: “Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo” (Mt 16:1). Esta es la primera vez que se unen dos grupos religiosos opuestos, pero que tienen a un adversario en común: Jesús. Odiaban a Jesús más de lo que se odiaban entre sí.
Los saduceos y fariseos representaban dos enfoques distintos de la religión judía. Los fariseos seguían cuidadosamente las tradiciones de los ancianos, o rabinos; aceptaban la autoridad de todo el Antiguo Testamento y creían en la resurrección de los muertos. En cambio, los saduceos sólo aceptaban la autoridad de los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, los escritos por Moisés—de Génesis hasta Deuteronomio, y negaban la resurrección de los muertos. Además, mientras que los fariseos no eran un partido político y estaban dispuestos a vivir bajo cualquier gobierno que les permitiera observar sus tradiciones, los saduceos eran un partido religioso y político de sacerdotes y aristócratas acaudalados que colaboraban con los romanos para poder conservar sus riquezas y privilegios.
Sin embargo, ahora dejaron de lado sus diferencias para atacar al Señor Jesús. Lo tentaron para que les diera una señal del cielo y así creer en él. Los rabinos enseñaban que el Mesías, cuando apareciera, haría grandes señales en el cielo, como detener el sol o hacer sonar un trueno en pleno día. Pero Jesús sabía que ellos la pedían para tentarle y no para creer en él. Cristo sanó a enfermos, resucitó a muertos y también alimentó milagrosamente a miles de personas en dos ocasiones. De modo que ellos tenían suficientes pruebas para creer en él si en realidad lo deseaban, pero obviamente, no era el caso.
Por eso Cristo les dijo: “Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis! La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Y dejándolos, se fue” (Mt 16:2-4).
En una nación agrícola como Israel, era muy importante entender ciertos indicios del tiempo. Cuando se veía el cielo enrojecer en la tarde, significaba que el viento seco venía del oriente y traía buen tiempo. Pero si venía el viento húmedo del Mediterráneo que enrojecía el cielo en la mañana, podía significar lluvias y tormentas.
Los fariseos y saduceos sabían discernir las señales del tiempo natural, pero no las del momento espiritual en que vivían. El Mesías estaba frente a ellos, hacía milagro tras milagro, y, aun así, no lo reconocían. Por eso, la única señal que les dejaría sería la de su resurrección después de tres días. De hecho, hubo más tarde fariseos y saduceos que llegaron a convertirse por esa señal (Hch 6:7; Hch 15:5).
“Llegando sus discípulos al otro lado, se habían olvidado de traer pan. Y Jesús les dijo: Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos… Entonces entendieron que no les había dicho que se guardasen de la levadura del pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos” (Mt 16:5-12).
La doctrina de los fariseos y saduceos estaba llena de vanas tradiciones y creencias que, tal como la levadura infla el pan, los había llenado de auto-justicia, vanidad, insolencia y obstinación. Así, sus tradiciones habían contaminado a la verdadera fe. Los que estaban de acuerdo con ellos eran populares, pero tendrían que dejar de lado el verdadero camino de Dios. Por eso, Jesús los denuncia con tanta vehemencia al decir: “Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mt 21:43). Es decir, la autoridad en vez se daría a los creyentes en el Mesías. Jesús sabía que ellos querían matarlo, y por eso se aleja a otra región donde podría estar más tranquilo para enseñar a sus discípulos—al norte de Israel.
“Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt 16:13-16).
Quedaban sólo unas semanas para que Jesús fuera arrestado y crucificado. Había sido rechazado por gran parte de los líderes religiosos y el pueblo. Hasta un grupo numeroso de discípulos recientemente lo habían abandonado. Ahora se vuelve a los doce discípulos principales para saber si ellos reconocían quién era en realidad. Pedro, siempre impulsivo pero sincero, reconoció que Jesús no sólo era el Mesías, sino también el Hijo de Dios, es decir, Dios encarnado. Pero el crédito por lo que dijo no era de Pedro . Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16:17). Continúa Jesús: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades [la muerte] no prevalecerán contra ella” (Mt 16:18).
Hay mucha controversia respecto a este versículo, y por eso, debemos estudiarlo cuidadosamente. Primero que todo, Marcos y Lucas dicen en sus relatos lo siguiente: “Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo. Pero él les mandó que no dijesen esto de él a ninguno”. Si Cristo iba a fundar la iglesia sobre Pedro, es muy extraño que ni Lucas, un historiador escrupuloso, ni Marcos, el compañero del mismo Pedro, hayan mencionado algo tan importante. Sólo Mateo comenta lo que dijo Jesús con el juego de palabras entre “Pedro” y “petra”. Por las Escrituras podemos ver que Jesús es el Mesías, y la Roca de la iglesia y no Pedro.
“Desde tiempos antiguos,” explica un comentario, “el pueblo hebreo había empleado la figura de la roca para referirse específicamente a Dios (Dt 32:4; Sal 18:2). Pablo afirma que era Cristo la Roca que había acompañado a su pueblo por el desierto (1 Co 10:4). También dice: ‘Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo’ (1 Co 3:11). Está claro que Jesús es el fundamento de la Iglesia, y no Pedro”. Robertson explica: “Jesús acepta la confesión de Pedro como genuina y declara que es Dios. Los discípulos expresan esta convicción en contraste con las opiniones divididas del populacho. Lo importante aquí, fuera cual fuere la lengua en que habló el Señor, [arameo o griego], el texto griego sí muestra la distinción entre “petros”, o pequeña piedra, y “petra”, o gran piedra o una peña. Es patente que Dios inspiró este juego de palabras para que fuera parte del texto y es de capital importancia para comprobar que Simón Pedro no fue la “Roca” en la cual se fundara la iglesia, sino Jesús”. Halley añade: “La Roca sobre la cual Jesús había de edificar su iglesia, no es Pedro, sino la verdad que Pedro confesaba, es decir, que Jesús es el Hijo de Dios. La deidad de Jesús es el cimiento sobre el cual descansa la iglesia. Es el credo fundamental del cristianismo. Tal es el significado inconfundible del lenguaje” (p. 392).
Pero este pasaje ha sido distorsionado por la iglesia Romana. Explica una fuente: “Cuando se buscó apoyo bíblico para las pretensiones del obispo de Roma a su primacía en la iglesia, las palabras pronunciadas por Cristo en esta ocasión fueron sacadas de su contexto original e interpretadas en el sentido de que Pedro era “esta roca”. El papa León I (445 d.C.) fue el primero en pretender haber recibido su autoridad de Cristo por medio de Pedro. Insistió en que, por decreto de Cristo, Pedro era la roca, el fundamento, el guardián de la puerta del cielo, por medio del papa como su sucesor, Pedro seguía realizando la tarea que le había sido encomendada.
Pero la mejor evidencia de que Cristo no designó a Pedro como la “roca” sobre la cual habría de construir su iglesia, es que ni siquiera Pedro así lo entendió. Los demás discípulos disputaron en repetidas ocasiones el primer puesto y jamás reconocieron a Pedro como la cabeza de la iglesia” (Comentario Bíblico). Además, Pablo mencionó a los tres principales líderes en Jerusalén, y Pedro ni siquiera era el primero. Dijo: “Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron… la diestra” (Gl 2:9).
De hecho, Jesús les dijo a todos los apóstoles que ellos [los 12] tendrían las llaves [un signo de autoridad] del reino (Mt 18:18). Le dijo primero a Pedro: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo” (Mt 16:19-20). Las “llaves del reino” es un término usado por los rabinos para indicar la autoridad que ellos tenían para administrar los juicios, pero no para añadir o quitarle a las Escrituras. Comenta Barclay: “Atar y desatar eran frases comunes, especialmente de los grandes rabinos sobre decisiones judiciales basándose en la ley de Dios”. Robertson añade: “La pretensión de poder perdonar pecados es un violento salto lógico, como el de pronunciar la absolución [lo que hacen los curas], en base al lenguaje rabínico empleado por Jesús acerca de atar y desatar”.
Pedro pensó que por el cumplido que recibió, ahora tenía derecho a reprender a Jesús. ¡Craso error! Sigue el relato: “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándole aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mt 16:21-23).
Pedro ni aún estaba seguro si seguiría siéndole fiel a su Maestro, y presumió saber más que él. Satanás quería que fuera Pedro el traidor, pero Jesús rogó al Padre para que lo fortaleciera y evitara tal destino (Lc 22:31-32). De hecho, Pedro negó tres veces a Jesús. Definitivamente no era la “roca” sobre la cual Jesús fundaría su iglesia.
Luego de reprender a Pedro, Jesús mencionó los sacrificios que tendrían que enfrentar como sus discípulos más delante, y si lo negaran de corazón, perderían la entrada al reino de Dios. “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo [todas las riquezas físicas], y perdiere su alma [su vida espiritual]?... porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”. Aquí vemos que la obediencia a la Palabra de Dios es un requisito para ser parte del reino de Dios. Entramos en ese reino mediante la obediencia a la Palabra y al recibir la gracia o el perdón por nuestros pecados. Cristo terminó esta sección al decir: “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino”.
Esto ocurre así: “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró [gr. metamorfosis—un cambio en forma y estructura] delante de ellos y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas; una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oid” (Mt 17:1-5).
Unger menciona: “Esta predicción se cumplió una semana más tarde durante la transfiguración de Cristo, que fue una especie de representación gráfica en miniatura del glorioso suceso futuro—la venida del reino de Dios” (p. 488). Ahora bien, ¿estaban Moisés y Elías vivos en esos momentos? Por supuesto. Dios es Dios de vivos y no de muertos (Mt 22:32) No sólo era una visión, si no algo real. Nótese lo que en realidad sucedió:
“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor. Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo” (Mt 17:1-8).
Pedro estaba tan seguro de la realidad de la visión que puso a Moisés y a Elías al mismo nivel del Señor, al proponer hacer unas enramadas para los tres. Pero he aquí una voz desde la nube lo corrigió: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd”(Mt 17:5). Debemos escuchar sólo al Señor Jesús, y seguirlo sólo a él.
¿Por qué escogió Dios a Moisés y Elías para representar a los seres humanos glorificados en su reino? De nuevo, debemos remontarnos a esos tiempos. Explica Barclay: “En el pensamiento judío, Moisés era el más grande entre los que dieron la ley de Dios, mientras que Elías era el más grande de los profetas”. Otro comentario añade: “La presencia de Moisés y Elías junto con Jesús confirman el papel que Jesús llevaría a cabo—magnificar la ley de Dios y cumplir las profecías de los profetas. La voz de Dios apoyó las palabras pronunciadas por Jesús”.
Una vez desaparecida la visión, los discípulos le preguntaron al Maestro por qué uno en el poder de Elías vendría primero, antes del Mesías. Cristo contestó: “A la verdad, Elías viene primero [futuro], y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron… Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista” (Mt 17:10-13). Aquí vemos una dualidad en cuanto a las dos venidas de Cristo. En la primera venida, ese “Elías” fue Juan el Bautista. En la segunda venida, también habrá otro en poder como “Elías” que vendría primero. Este es el mismo Mesías. Recordemos que aparecerán en los tiempos del fin los dos testigos, que harán grandes obras (Ap 11:1-13). Uno de ellos, en cierta manera, terminará la obra de Elías. El otro, será como un segundo Juan el Bautista. Pero ellos son dos. Pero el “Elías” que restaurará todas las cosas es Cristo mismo (Mt 17:11). Nadie puede restaurar todas las cosas sino Cristo mismo.
Jesús y los tres discípulos descienden del monte, que, a propósito, no se menciona cuál fue, probablemente para que no se volviera en otro lugar de culto y de peregrinajes, al haberse transfigurado allí Jesús. El ser humano ama hacer santuarios, que es un tipo de idolatría y un buen negocio. En la Biblia esto está prohibido, y por eso tampoco se menciona dónde fue sepultado Moisés.
Un hombre que tenía un hijo endemoniado se presenta y menciona que los otros discípulos no pudieron sacar al espíritu inmundo de su hijo. Cristo muestra su frustración al ver que sus discípulos no estaban lo suficientemente cerca de Dios para liberar a los oprimidos con la fe en la Palabra del Señor. Los reprende, y luego expulsa al demonio él mismo. Era un espíritu fuerte, y Jesús les dice: “Pero este género no sale sino con oración y ayuno” (Mt 17:21). Por eso, para tratar tales casos también hoy en día, debemos ayunar y se dedicarnos a la oración para estar cerca de Dios. Así, el poder de Dios en nosotros logrará exorcizar a estos espíritus de las personas.
Luego, Cristo de nuevo prepara a sus discípulos para los eventos que se acercan y los previene. “Estando ellos en Galilea, Jesús les dijo: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; mas al tercer día resucitará. Y ellos se entristecieron en gran manera”. Barclay explica: “A pesar de que los discípulos reconocían que Jesús era el Mesías, no captaban lo que esto implicaba. Ellos todavía pensaban en la típica noción judía de que el Mesías sería un gran rey guerrero que arrojaría a los romanos de Israel y establecería un gobierno mundial con los judíos a cargo. Por eso Jesús les prohibía decirle a las personas que era el Mesías, pues podría crear una trágica rebelión contra los romanos. Se calcula que en el siglo anterior al ministerio de Jesús perecieron 200.000 judíos en numerosas rebeliones”.
Para finalizar, Jesús muestra que se deben pagar los impuestos, al presentarse unos cobradores del Templo. El Templo en Jerusalén era un lugar costoso para mantener. Había sacrificios de un cordero en la mañana y en la tarde. Se quemaba incienso y la mantención del edificio era caro. En Éxodo 30:13 tenemos la ley sobre el impuesto anual del Templo para todos los varones mayores de 20 años. En el último mes del año, Adar, se montaban quioscos para cobrar este impuesto. Equivalía a dos dracmas, o el salario de dos días. Aunque Jesús era el “Hijo” de ese Templo, dedicado a él y a su Padre, y no tenía por qué pagarlo, ejecutó otro milagro. Igual que podía multiplicar el pan, ahora le dice a Pedro que pescara un pez que tendría una moneda en su boca que pagaría ese impuesto (Mt 17:24-27). Un ángel pudo colocar esa moneda en el vientre del pez, o sencillamente el pez fue creado teniendo dentro de él la moneda, o esta se cayó al agua y el pez se la tragó para cumplir este milagro del Señor. El primer punto principal es que Jesús respetaba las leyes bíblicas, aunque no las tradiciones rabínicas, y nos dio un ejemplo para seguir al buscar no ofender a los líderes religiosos establecidos. El segundo punto es que el Señor puede ejecutar cualquier clase de milagro; él no depende ni de la lógica humana ni de las circunstancias.
Todavía faltan muchas lecciones por aprender de su ministerio en Galilea.