LAS PARÁBOLAS PRINCIPALES EN LUCAS—Primera parte

Al estudiar los últimos seis meses de la vida del Señor Jesús, notamos que hay una sección que sólo se encuentra en Lucas y que consiste principalmente de parábolas.

1. La Parábola del Buen Samaritano

Comienza con la parábola del buen samaritano en Lucas 10:29. Un intérprete de la ley le había preguntado a Jesús para probarlo, ¿quién es mi prójimo? El Señor le contesta: “Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo, un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole; fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios [pago por dos días de trabajo de un obrero]; y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién; pues; de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo”. 

El relato encaja con el lugar de los hechos. Jericó era una ciudad sacerdotal donde constantemente viajaban los sacerdotes y levitas los 25 km. entre Jericó y Jerusalén. De Jerusalén, la bajada era de más de 1000 metros por un camino tortuoso. Era ideal para que se escondieran los bandidos y atacaran a sus víctimas en unas de las muchas vueltas. Dejaron a su víctima casi muerta. Al bajar más tarde un sacerdote, vio al hombre inconsciente, pero por las leyes de pureza, si había muerto y lo tocaba, quedaría inmundo por siete días. Pensó que era mejor no arriesgarse y se fue—el ministerio en el templo era más importante. Luego descendió un levita, y debió pensar lo mismo. Pero fue el samaritano quien lo socorrió, quien se suponía que al ver que la víctima era un judío iba a ignorarlo debido a la antigua enemistad en judíos y samaritanos. Como mencionó la mujer samaritana: “Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí” (Jn 4:9). 

Pero el samaritano, que también conocía las Escrituras, reflexionó sobre el segundo gran mandamiento, que el intérprete de la ley le había contestado a Jesús: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10:27). Por eso, fue más allá de los convencionalismos de ese entonces, y socorrió al mal herido judío. Lo trató como a un hermano de su familia. Cristo al final de la historia le dijo al intérprete: “Ve, y haz tú lo mismo”. Cuando hay alguien mal herido, no debemos pensar si es miembro o no de la iglesia, de qué raza o nacionalidad es, debemos ayudarlo. Lamentablemente hoy día hay que añadir lo siguiente, siempre que no sea un truco o que viole las normas legales al hacerlo.

Luego Cristo visitó a sus discípulas, María y Marta. “María, la cual sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres y acercándose, dijo: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria, y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (Lc 10:38-42). 

¿Por qué está este relato en la Biblia? Porque tiene una lección que Dios desea entregar. Cuando llegó Jesús a la casa, como discípulas suyas que eran, él esperaba que ellas le prestaran atención. María se dio cuenta del privilegio que tenía, y aprovechó la ocasión para “sentarse a los pies de Jesús”, una expresión idiomática que significa recibir una clase de un instructor. Marta, en vez, pensó que era más importante servirle una suntuosa comida. No se trata de que María era perezosa, sino que reconoció el momento oportuno, y Marta no. Hay momentos para tener una gran comida social, pues Cristo tuvo varias, pero en este momento era más importante escucharlo, y servirle algo sencillo en vez de algo elaborado para poder aprovechar los preciosos momentos de sabiduría con él. María tuvo la razón.

Más tarde llegamos a una escritura importante para mostrar que no debemos “venerar” a María, la madre de Jesús. “Mientras él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste [refiriéndose a María]. Esta hubiera sido una excelente oportunidad para que Jesucristo hablara de la “Inmaculada Concepción” o “la madre de Dios”. En vez, Jesús contestó: “Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lc 11:27-28). Cristo dijo que no importaba quién lo trajo al mundo, sino quién seguía sus enseñanzas. Como dijo Pablo: “Y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co 5:16-17). Lo que importa es convertirse en una nueva criatura, no si se conoció a María o no. Ella es sólo un miembro más de la iglesia, que murió y está esperando su resurrección. 

2. La Parábola del Rico Insensato

La siguiente parábola es la del rico insensato. “Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lc 12:13-21). 

Para repartir una herencia entre dos hermanos, las leyes eran bastante claras. Bajo la ley de Moisés, se consideraba que el hijo primogénito pertenecía a Dios. Como tal, el hijo mayor recibía una porción doble de las posesiones de su padre (Dt 21:17). En términos prácticos, esto significa que si hay cinco hijos, primero se divide la herencia en seis partes, el primogénito se queda con dos y todos los demás se quedan con una. Sin embargo, con trucos legales había formas de aumentar las porciones para el que no era el primogénito, y este hombre quería que el Señor le diera un fallo favorable. Cristo aprovechó la ocasión para enseñar que los bienes son secundarios en comparación con el desarrollo del carácter espiritual. Si todo lo que uno piensa está relacionado con lo material, ¿qué será de él cuando muera y enfrente el juicio de Dios? ¿Habrá tomado en cuenta a Dios e invertido en su obra? Lo que Cristo dice es que hay que poner todo en su lugar—preocuparse por lo material y por lo espiritual en la justa medida. Explica: “Mas buscad el reino de Dios, [invertir tu tiempo hacia ese fin y el dinero que corresponde para promoverlo], y todas estas cosas [materiales] os serán añadidas. No temáis, manada pequeña [de fieles], porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lc 12:31-32). 

3. La Parábola de los Convidados a las Bodas

“Aconteció un día de reposo, que habiendo entrado para comer en casa de un gobernante, que era fariseo, éstos le acechaban... Observando cómo escogían los primeros asientos a la mesa, refirió a los convidados una parábola, diciéndoles: Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste; y entonces comiences con vergüenza a ocupar el último lugar. Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa. Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lc 14:7-11). 

Este es un principio importante que debemos aplicar toda la vida. No se debemos buscar los primeros puestos, sino con humildad, debemos dejar que el Señor nos asigne el lugar en la vida de acuerdo con su criterio. Cuando los fariseos eran invitados a un banquete, siempre codiciaban los lugares de más alta distinción en la mesa. El Señor Jesús los condenó por su orgullo. Refiriéndose a ellos dijo: “Aman los primeros asientos en las cenas” (Mt 23:6). El lugar de honor especial sería a la derecha del rey o sumo sacerdote, y el siguiente en importancia sería el de la izquierda. Santiago y Juan solicitaron esos lugares en el reino de Cristo (Mr 10:35-37). Pero Jesús aconseja tomar el último lugar, que era el piso de nivel bajo en la sinagoga,  muy cerca de la puerta. El huésped que tomaba ese lugar humilde podía ser invitado por el dueño de la casa a tomar un mejor lugar y lejos de la puerta (Usos y Costumbres de las Tierras Bíblicas, p. 76). 

4. La Parábola de la Gran Cena

En la misma cena, Jesús dio otra parábola. “Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos [es decir, persuadirlos porque se sienten indignos] a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena” (Lc 14:15-24). 

Jesús, al escuchar a uno de los invitados, probablemente un fariseo, describir lo glorioso que será entrar en el reino de Dios, les dijo que no estuvieran tan seguros de que iban a entrar. Ellos consideraban que, al ser descendientes de Abraham, automáticamente, por los méritos de Abraham tenían asegurado el reino. En esta parábola, Jesús les explica lo contrario. El anfitrión de la cena es Dios. Invita a los judíos, que incluyen a los líderes religiosos y sacerdotes, hombres de prestigio y dinero, a entrar al reino de Dios. Pero todos, al no gustarle cómo Jesús estaba llevando a cabo su obra, se excusaron de participar. Entonces Dios dijo que iría a los judíos pobres y menospreciados. Algunos aceptaron, pero todavía quedaba más espacio, y Dios invitó a los que estaban “afuera”: a los gentiles. Pablo menciona lo mismo: “A vosotros [los líderes judíos] a la verdad era necesario que se os hablase primero la palabra de Dios; mas puesto que la desecháis, y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos a los gentiles... Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados [invitados y aceptan el llamado] para vida eterna” (Hch 13:46-47). 

5. La Parábola del Hijo Pródigo

He aquí la parábola más famosa de Jesús, que está relacionada con el perdón de Dios: “Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre; Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviéndose en sí, dijo: ¿Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino éste tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque éste tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (Lc 15:11-32).

He aquí la visión más hermosa del perdón de Dios hacia un pecador arrepentido. El padre está pendiente del retorno de su hijo perdido. Al verlo, no lo recrimina cuando vuelve al camino de Dios. Todo lo contrario, el Padre está feliz. No humilla a la persona, sino que otra vez le da la oportunidad para ser un príncipe, es decir, volver a ponerse la corona espiritual que tenía, y prepararse para ser un sacerdote en su reino, al ser parte de la primera resurrección. El manto que recibió el hijo pródigo lo distingue de nuevo como una parte integral de la familia del dueño. El anillo es un símbolo de autoridad, al poder sellar con él los distintos negocios, como hoy lo hacemos con nuestra firma. Los zapatos eran un símbolo de la nobleza, pues los siervos y esclavos en ese entonces andaban descalzos, como andaban los esclavos negros en los EEUU hasta el siglo pasado. El hermano mayor representa a los líderes judíos, que menospreciaban a los pecadores y se sentían superiores a los demás con todas sus tradiciones. Pero por su falta de compasión y misericordia, estaban en peligro de no entrar en el reino de Dios. 

Cada vez que nos arrepentimos de un pecado, debemos recordar esta parábola. Dios el Padre nos está esperando afuera del hogar [en el cielo], atento a ver si nos presentamos ante él por medio de nuestras oraciones, y al escuchar nuestro arrepentimiento sincero, nos abraza y vuelve a aceptarnos como verdaderos hijos y herederos de su futuro reino. También debemos tener la misma actitud cuando alguien nos pide el perdón con un arrepentimiento sincero. Finalmente, debemos mostrar misericordia a un miembro que dejó nuestra comunión por cualquier motivo y regresa. No debe haber reproches, sino alegría al verlo y ayudarlo a afianzarse de nuevo en la fe. Desde luego, que igual que el hijo pródigo, no puede volver a los errores del pasado, pero se le debe dar la oportunidad con los brazos abiertos. Así es Dios con nosotros. 





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