LAS RELACIONES EN LA IGLESIA. EL DIVORCIO. MANDAMIENTOS VIGENTES
Debemos recordar Mateo 18 como el capítulo de las relaciones personales entre los miembros de la Iglesia. Al notar las ansias de poder y gloria entre sus discípulos, el Señor Jesús los corrige para que no surgieran las enemistades.
Comienza el relato: “En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe” (Mt 18:1-5).
Cristo les insta constantemente a que dejen de lado las actitudes mezquinas y egoístas tan comunes entre los líderes políticos y les advierte que no tendrían cabida en la iglesia ni en el reino de Dios. Comenta Robertson: “Los celos habían estado creciendo en sus corazones… y es triste ver a los discípulos interesados sobre todo en sus propios puestos en el reino político que estaban esperando. Por eso Jesús presenta a un niño como modelo, al ser por naturaleza humilde e inocente en su relación con las personas mayores”. Los atributos que manifestarían los futuros líderes del reino serían los de un espíritu de humildad, servicio y amor, no de ambición y celos por obtener títulos o puestos.
¿Qué les ocurrirá a las personas que no tienen estos atributos y oprimen a los “pequeños” o miembros nuevos, al buscar su propio provecho personal? Cristo contesta: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo. Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti, mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies, ser echado en el fuego eterno… Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18:6-9).
Para moler el trigo se usaba una rueda de molino movida por un asno. Era muy pesada y la analogía indica lo terrible que será el juicio para el que hace que un creyente deje la fe y pierda su salvación, todo debido a la ofensa o el menosprecio.
Explica Robertson: “Jesús reconoce lo inevitable que son las piedras de tropiezo en la iglesia, de los lazos y dificultades, siendo como es el mundo, pero no absuelve a aquel que pone el lazo”. El término “tropiezo”, skandalon en griego, se refiere al cepo que salta y hace que la trampa se cierre cuando un animal toca la carnada. Se mencionan dos maneras de ser un tropiezo para un hermano nuevo o débil de la fe. (1) Al tentarlo a seguir una doctrina falsa o incitarlo a pecar. (2) Al menospreciarlo, o mirarlo en poco, al punto que se desanime o se ofenda. Por sus ambiciones, los discípulos de Jesús estaban cerca de actuar de esta manera.
Cristo sigue: “Porque el Hijo del hombre ha venido para salvar lo que se había perdido. ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado? Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquella, que por las noventa y nueve que no se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños” (Mt 18:12).
Cuando Dios llama a una persona a formar parte de su Iglesia, no es para que se descarríe al ser tentado a pecar, o sucumbir por falsas creencias introducidas por otros miembros o al ser menospreciado. Todos los miembros deben tener cuidado de no ofender a otro miembro. No deben sentirse superiores porque tienen más tiempo, saben más, o tienen algún cargo en la iglesia. Todos deben ser tratados con mucha delicadeza, amor y paciencia. Recuérdese que Cristo también murió por ellos.
Si un hermano comienza a pecar o se siente ofendido, no debemos abandonarlo a su suerte. Jesús usa el ejemplo de una oveja descarriada. En Judea, era muy fácil que una oveja perdiera el rumbo. Había una cordillera angosta con muchos barrancos y hondonadas donde las ovejas se podían extraviar. Era tan común que los pastores se volvieron expertos en hallarlas. Podían seguir su rastro por kilómetros, y arriesgaban sus vidas al subir acantilados y cruzar precipicios para encontrarla. En tiempos de Jesús, la mayoría de los rebaños pertenecían a la aldea y no a una persona, por eso el pastor podía dejar el resto del rebaño a sus colegas para ir en busca de la perdida. Los pastores hacían el máximo esfuerzo por hallarla y la regla era que si no podían traerla viva, al menos debían traer evidencias de que había muerto. Podemos imaginarnos la ansiedad, al llegar la noche, en el pastor que seguía buscando a la oveja perdida y el gozo cuando volvía con ella viva.
Santiago indica cómo se aplica esto en la iglesia al decir: “Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de [sus propios] pecados” (Stg 5:20). Con el ejemplo de la oveja perdida vemos que debemos hacer mucho por el miembro que quiere volver, pero no halla el camino de regreso. Otra cosa es cuando la persona deliberadamente no quiere volver, y en este caso, no se puede forzar a que regrese. Lucas añade: “Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”(Lc 15:7).
Hasta el momento, hemos visto la importancia de la actitud de mansedumbre, del cuidado al no ofender, y de la preocupación por el hermano descarriado. Ahora Jesús nos enseña cómo debemos evitar ser un tropiezo cuando alguien nos ofende o peca contra nosotros. Dice: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil o publicano. De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” (Mt 18:15-18).
Aquí podemos ver el proceso de tratar los problemas personales entre los miembros de la iglesia. Primero que todo, si alguien lo ofende, debemos tomar la iniciativa nosotros. Dice “ve”, es decir, se valiente y ve al hermano que te ofendió y no le guardes rencor en secreto. Debes pedir una reunión privada y no tratar el tema en público. Al reunirse, debes primero presentar tu punto de vista y luego darle la oportunidad al otro para que explique su lado. No debes adelantar juicios. A veces se aclaran las cosas y sólo era un malentendido. Otras veces uno tiene la razón y la persona, al darse cuenta, pide las disculpas. Dice Jesús: “Si te oyere, has ganado a tu hermano”. Todo se superó y las relaciones vuelven a su estado normal.
Pero si la persona se niega a aceptar la responsabilidad por la ofensa, entonces el siguiente paso es buscar a personas de confianza en la iglesia, si es posible, amigos de los involucrados para tratar el asunto de nuevo en privado. Pero, “si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia”. De modo que si no se resuelve el asunto, entonces deben ir a los ministros a cargo de la iglesia. Y, “si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano”. La persona será temporalmente separada de la iglesia. Explica un comentario: “El atar y desatar se refiere a las decisiones tomadas por la iglesia para resolver los conflictos. Los creyentes tienen el derecho, luego de intentar resolver su problema en forma privada, de presentarlo a la iglesia para que se resuelva” (Comentario de Vida Cristiana).
Cristo continúa: “Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mt 18:19-20). Por pocos que se reúnan en la Iglesia, Cristo estará presente.
Entonces Pedro le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?”. Pedro se consideraba muy generoso al ofrecer perdonar unas siete veces al hermano que lo ofende. Los rabinos enseñaban que uno debía perdonar a su hermano hasta tres veces. Un rabino decía: ‘El que pide perdón de su prójimo, no debe esperar recibirlo más de tres veces’. Otro decía: ‘No le perdones una cuarta vez’. Pero Cristo dice que debemos perdonar setenta veces siete, o 490 veces. ¿Significa esto que pueden abusar de uno y uno no puede hacer nada? No es así. En el relato paralelo de Lucas, se agregan unas palabras muy importantes: “Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale” (Lc 17:3-4). Dios nos perdona de la misma manera, al arrepentirnos.
Aquí vemos que el perdón al hermano viene después del arrepentimiento, no antes. Si no está arrepentido, y lo hace adrede, entonces, aunque nunca se debe desarrollar el rencor contra él, no hay que seguir relacionándose con esa persona. Debemos continuar siendo corteses y amables, pero no involucrarnos más con él. Dice la Biblia: “Vete de delante del hombre necio, porque en él no hallarás labios de ciencia” (Pr 14:7).
Ahora bien, ante un inconverso normalmente no se puede esperar el arrepentimiento, y en la mayoría de los casos, basta decir, tal como el Señor: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34).
El Señor Jesús nos da un ejemplo del perdón que recibimos de Dios y cómo debemos perdonar nosotros: “Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda” (Mt 18:23-27). La deuda equivalía a muchos millones de dólares. Diez mil talentos eran 200 toneladas de plata, o 60,000,000 de denarios (un denario era la paga por un día de trabajo). Equivale a ¡600,000 hombres con 100 denarios cada uno y una fila de 600 kilómetros!
¿Qué sucedió luego? “Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios [o uno de la fila]; y asiendo de él, le ahorcaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos [griego, basanistais, o torturadores, que los flagelaban], hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mt 18:28-35). Cuando consideremos no perdonar, pensemos en esto: el perdón que Dios nos haya otorgado por nuestros pecados nos será revocado por él, y volveremos a nuestra condición de perdidos ante sus ojos. Él tiene el poder para perdonarnos, y para volver a imputarnos los pecados perdonados si nosotros no perdonamos a quienes nos ofenden.
“Aconteció que cuando Jesús terminó estas palabras, se alejó de Galilea, y fue a las regiones de Judea al otro lado del Jordán. Y le siguieron grandes multitudes, y los sanó allí. Entonces vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?” (Mt 19:1-3).
Los fariseos le preguntaron al Señor su opinión sobre la disputa que tenían las dos escuelas de fariseos más importantes al interpretar la ley de divorcio en Deuteronomio 24:1. La escuela de Shammai pensaba que sólo se podía divorciar por falta de castidad, o adulterio. En cambio, la escuela de Hillel creía que se podía divorciar por cualquier causa: por ejemplo, si el marido veía una mujer más bella o si su quemaba su desayuno. Se trataba de un gran debate, y querían involucrar al Señor en la controversia para que una parte del pueblo lo rechazara.
En vez de enfocarse en el divorcio, Jesús se centró en el propósito del matrimonio y las cuatro razones para efectuarlo. Dijo: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo?” (1) Dios creó al hombre y la mujer para poder casarse. (2) “Por esto el hombre dejará su padre y madre, y se unirá a su mujer”. El hombre dejará a su familia para formar una nueva. (3) “Y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne”. Serán unidos en mente y espíritu, al compartir la vida juntos. (4) “Así que no son ya más dos, sino una sola carne”. Dios une a la pareja, por tanto, debe ser una unión sagrada y para siempre. Esa fue la intención.
“Le dijeron: ¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?” Él les dijo: Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación [de porneía, término griego que abarca el adulterio y la homosexualidad] y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, adultera”.
Una vez que el hombre comenzó a desobedecer a Dios, surgieron los casos de infidelidad que defraudaban el matrimonio. Para proteger los derechos del cónyuge inocente, Dios añadió la ley de divorcio. Comenta Fred Wight: “Por siglos en el Medio Oriente, con sólo la palabra hablada, un hombre se podía divorciar de su mujer. Ella era considerada como parte de la propiedad del hombre, un poco superior a sus esclavos o animales. Sin embargo, con la ley bíblica, era más difícil divorciarse al tener que darle un acta de divorcio escrita. Fue muy superior a las leyes de divorcio circundantes… Jesús hizo la infidelidad la única causa para el divorcio” (Usos y Costumbres de las Tierras Bíblicas (p. 132). Cristo apoya lo que dice Deuteronomio 24:1, y respalda la interpretación de Shammai.
Los discípulos, acostumbrados a la interpretación vigente y más laxa de Hillel, pues el divorcio era fácil y común en esos días, respondieron: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse”. Cristo no se disculpa por el rigor de la ley de Dios, y les dice: “No todos son capaces de recibir esto, sino aquellos a quienes es dado. Pues hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre [personas estériles], y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres [los siervos que castraban para servir al harén], y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos [personas que no se casan por los peligros al predicar el mensaje de Dios, como lo hizo Pablo]. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba”. Cristo jamás enseñó el celibato en el ministerio, pero sabía que, en algunos casos, en regiones peligrosas, no convendría tener esposa e hijos. Sin embargo, lo normal para el ministerio siguen siendo los requisitos explicados en 1 Timoteo 3:2: “Pero es necesario que el obispo [pastor] sea irreprensible, marido de una sola mujer… que tenga a sus hijos en sujeción”.
Luego le presentan de nuevo al Señor unos niños para que fueran bendecidos. Dice: “Y habiendo puesto sobre ellos las manos, se fue de allí”. Aquí nos dejó un ejemplo para seguir: la bendición de los niños por medio de la oración de fe.
“Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? El le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. [Cristo aún no había superado todas las pruebas]. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19:16-17). Aquí vemos que Jesús jamás los abolió los 10 mandamientos. Al mencionarlos, “El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta? Jesús le dijo: Si quieres ser perfecto [gr. completo], anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”. He aquí una magnífica oportunidad para este joven de ser parte de sus discípulos y del futuro liderazgo de la iglesia y del reino de Dios. “Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones. Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos… es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mt 19:16-24). El joven rico no sabía que estaba quebrantando dos de los mandamientos: el primero—no tendrás otro Dios que el verdadero, pues este joven tenía al dios Mamón que amaba más que a Dios, y el segundo—pues el dinero se había vuelto un ídolo para él, pues lo amaba más que a Dios.
Luego sus discípulos le preguntan: “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos? Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más [ahora], y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán postreros y postreros, primeros” (Mt 19:27-30).
Los discípulos ya tienen sus puestos listos, y también habrá algunos llamados más tarde que estarán entre los primeros.