LA FIESTA DE LOS TABERNÁCULOS. «YO SOY»
Jesús viaja por última vez a la Fiesta de los Tabernáculos en Jerusalén. Entramos así en los últimos seis meses de vida del Señor.
Recordemos que Juan tuvo acceso a los otros evangelios, y así pudo agregar lo que les faltaba. Unger explica: “El evangelio de Juan fue escrito en una fecha posterior a los otros evangelios, pero no se remonta más allá del año 85-90 d.C. Es un complemento de los otros evangelios. Juan omite muchos de los relatos que los otros incluyen, y añade muchos que ellos no mencionan. Juan también amplía aquello que ellos abrevian y abrevia lo que ellos amplían” (Manual Bíblico, p. 553). Recordemos que, ¡el noventa por ciento de lo escrito por Juan es información totalmente nueva en los Evangelios!
Comienza el relato: “Después de estas cosas, andaba Jesús en Galilea; pues no quería andar en Judea, porque los judíos procuraban matarle” (Jn 7:1). Debía al haber sanado unos meses antes al paralítico de Betesda en un sábado. “Por esto los judíos aún más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn 5:18). Estos eran los dos cargos contra él.
En esta sección, es importante diferenciar a los distintos oyentes. “Los judíos” se refiere a los líderes religiosos judíos, en particular a los fariseos y saduceos. “La multitud” a la vez, se refiere a los peregrinos de Galilea que vienen para guardar la Fiesta en Jerusalén y muchos simpatizan con Jesús. “Los de Jerusalén” son los habitantes de la ciudad que no simpatizaban con él y sabían que los líderes judíos lo buscaban para matarlo.
“Estaba cerca la fiesta de los judíos, la de los tabernáculos; y le dijeron sus hermanos: Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces. Porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo. Porque ni aun sus hermanos creían en él” (Jn 7:2-5). Otra vez tenemos una clara referencia a los hermanos carnales de Jesús, que no creían en él. Le instan en forma sarcástica a que, si era el Mesías, que hiciera sus milagros en Jerusalén, la sede de la nación, y no sólo a escondidas en la remota Galilea.
“Entonces Jesús les dijo: Mi tiempo aún no ha llegado, mas vuestro tiempo siempre está presto. No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas. Subid vosotros a la fiesta; yo no subo todavía a esa fiesta, porque mi tiempo aún no se ha cumplido. Y habiéndoles dicho esto, se quedó en Galilea. Pero después que sus hermanos habían subido, entonces él también subió a la fiesta, no abiertamente, sino como en secreto” (Jn 7:6-10). Para evitar ser identificado fácilmente no fue con las grandes caravanas de visitantes a la Fiesta, sino que llegó más tarde solo.
“Y le buscaban los judíos [los líderes] en la fiesta, y decían: ¿Dónde está aquél? Y había gran murmullo acerca de él entre la multitud, pues unos decían: Es bueno; pero otros decían: No, sino que engaña al pueblo. Pero ninguno hablaba abiertamente de él, por miedo a los judíos. Mas a la mitad de la fiesta subió Jesús al templo, y enseñaba. Y se maravillaban los judíos diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?” (Jn 7:11-15).
Explica el comentarista F.F. Bruce: “Los líderes religiosos se sorprendieron por el conocimiento que tenía Jesús de las “letras”, (las Escrituras), cuando nunca había “estudiado”, es decir, nunca había sido un discípulo de un rabino. Les asombraba que pudiera mantener una discusión sostenida a la manera de los rabinos, y por la cantidad de Escrituras que podía citar. Cristo les aseguró que su mensaje era de origen divino, y que no lo había aprendido por cuenta propia” (p. 405).
“Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia. ¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley [correctamente]? ¿Por qué procuráis matarme?”. Cristo sabía de la hipocresía de los fariseos y saduceos, que, aunque se jactaban de observar escrupulosamente la ley, en realidad, sólo la guardaban por afuera, y no por dentro, es decir, no en lo espiritual. Dijo: “Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mt 23:28). Aunque estaban guardando la Fiesta de Dios, ellos tenían odio en sus corazones, pues procuraban matar a Jesús. ¿Qué tipo de actitud espiritual es ésta para guardar una Fiesta?
“Respondió la multitud y dijo: Demonio tienes: ¿quién procura matarte? Jesús respondió y les dijo: Una obra hice, y todos os maravilláis”. Se refiere al haber sanado al paralítico en el sábado, por lo que fue acusado de quebrantar las normas rabínicas al respecto. Jesús ahora les dará un ejemplo de cómo los líderes religiosos interpretaban mal la ley de Dios. “Por cierto, Moisés os dio la circuncisión (no porque sea de Moisés, sino de los padres); y en el día de reposo circuncidáis al hombre. Si recibe el hombre la circuncisión en el día de reposo, para que la ley de Moisés no sea quebrantada, ¿os enojáis conmigo porque en el día de reposo sané completamente a un hombre? No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (Jn 7:20-24).
Bruce señala: “Jesús se extrañó por el reproche que recibió al sanar al paralítico. Les demostró que la sanidad no quebrantaba el sábado, sino que cumplía su significado más profundo. Si podían ‘quebrantar’ el sábado al circuncidar a un niño el octavo día, aunque cayera en un sábado, cuánto más importante era ‘quebrantar’, o pasar por alto, el sábado para hacer una obra de amor, al sanar a un enfermo. Si hubiesen entendido que se podía pasar obviar el sábado para cumplir con un rito, cuánto más se podía pasar obviar el descanso del sábado para restaurar a un hombre. Este es un punto muy importante para entender las controversias sabáticas entre Jesús y sus oponentes legalistas. Él no adoptó una actitud contra el sábado, sino mostró que su acción cumplía con su propósito original de bendición” (p. 409).
Por eso les dice que no juzgaran para ser vistos y alabados por los demás al guardar lo externo de la ley, sino que la guardaran internamente, de acuerdo con el propósito de la misma ley. Dios había dicho sobre el sábado: “Si… lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová… entonces te deleitarás en Jehová” (Is 58:13-14). ¿Podemos imaginarnos una mejor forma de regocijarse en el sábado que ver a un paralítico levantarse de su lecho, y quedar como dijo Cristo “completamente sano”? Esa era la ironía de la situación: los líderes no se regocijaron, sino que lo odiaron más por exponer sus juicios errados.
“Decían entonces unos de Jerusalén: ¿No es éste a quien buscan para matarle? Pues mirad, habla públicamente, y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido en verdad los gobernantes que éste es el Cristo? Pero éste, sabemos de dónde es: mas cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde sea” (Jn 7:25-27). Los habitantes de Jerusalén sabían del complot contra Jesús, y se maravillaban de que los líderes no cumplieran sus planes. Ellos habían sido enseñados por los rabinos que el Cristo aparecería súbitamente, y no de Galilea. Los rabinos decían: “Tres cosas aparecen súbitamente: el Mesías, un objeto perdido y la picada de escorpión”.
Cristo les contesta: “A mí me conocen, y sabéis de dónde soy; y no he venido de mí mismo, pero el que me envió es verdadero, a quien vosotros no conocéis. Pero yo le conozco, porque de él procedo, y él me envió. Entonces procuraban prenderle; pero ninguno le echó mano, porque aún no había llegado su hora. Y muchos de la multitud creyeron en él, y decían: El Cristo, cuando venga, ¿hará más señales que las que éste hace? Los fariseos oyeron a la gente que murmuraba de él estas cosas; y los principales sacerdotes y los fariseos enviaron alguaciles para que le prendiesen” (Jn 7:28-32).
Los fariseos veían cómo aumentaba la popularidad de Jesús y sentían su poder amenazado. Cristo comienza a advertirle al pueblo que pronto moriría y subiría al cielo para estar con el Padre. Les hace una invitación. “En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu Santo que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido glorificado” (Jn 7:37-38).
Es importante entender el escenario de este discurso durante la Fiesta. En la Fiesta se levantaban cabañas por todas partes de Jerusalén. Les recordaban que “en tabernáculos hice yo habitar a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto” (Éx 23:43). Además, era la fiesta por excelencia de las cosechas, y era también, “la fiesta de la cosecha a la salida del año, cuando hayas recogido los frutos de tus labores del campo” (Éx 23:16). Para ese entonces ya se habían almacenado la cebada, el trigo y las uvas por lo que era un momento de gratitud y regocijo.
Los peregrinos en Jerusalén seguían en los tiempos de Jesús una costumbre impuesta por los fariseos de llevar ramas al Templo cada día de la Fiesta, y formaban con ellas una cubierta móvil al marchar alrededor del altar de sacrificio. Mientras tanto, un sacerdote llenaba un jarro de oro con agua del Estanque de Siloé y derramaba el agua sobre el altar mientras que cantaban los Salmos 113-118. Toda esta ceremonia dramática era para recordarles que Israel recibió su agua durante las jornadas en el desierto cuando Moisés golpeaba la peña. Si eran obedientes, recibirían las lluvias a su tiempo. En el séptimo día de la Fiesta aumentaban la ceremonia al marchar siete veces alrededor del altar y recordaban las siete veces que marcharon alrededor de Jericó cuando los muros de la ciudad cayeron. En el octavo día de la Fiesta, Jesús compara esta agua que recibieron en forma milagrosa con el Espíritu Santo que ellos podían recibir de él si creían en él. Cita Isaias 55:1-3 y los está invitando a que crean en él.
“Entonces algunos de la multitud, oyendo estas palabras, decían: ¿De Galilea ha de venir el Cristo? ¿No dice la Escritura que del linaje de David, y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el Cristo? Hubo entonces disensión entre la gente a causa de él. Y algunos querían prenderle; pero ninguno le echó mano”. Estos peregrinos ignoraban que Jesús había nacido en Belén, y sólo sabían que se crio en Nazaret de Galilea.
“Los alguaciles vinieron a los principales sacerdotes y a los fariseos; y éstos les dijeron: ¿Por qué no le habéis traído? Los alguaciles respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre! Entonces los fariseos les respondieron: ¿También vosotros habéis sido engañados? ¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes, o de los fariseos? Mas esta gente que no sabe la ley, maldita es. Les dijo Nicodemo, el que vino a él de noche, el cual era uno de ellos: ¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe lo que ha hecho? Respondieron y le dijeron: ¿Eres tú también galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se ha levantado profeta” (Jn 7:45.52).
Estos curtidos y endurecidos soldados del templo no pudieron tocar a Jesús por la fuerza y pureza de sus palabras. Irritados, los fariseos atacaron a Jesús en dos formas. 1. Alegaron que Jesús no guardaba ni apoyaba sus leyes rabínicas, y sólo el pueblo ignorante podía seguirlo. Esta acusación contra el pueblo no significa que desconocían la ley de Dios ni las Escrituras. Es que no observaban los miles de reglamentos de la ley ceremonial. Los fariseos contaron 613 mandatos en la ley de Dios, y añadieron todo un cuerpo de tradición oral para guardarlos en cada detalle. Luego se dedicaron a ganarse su salvación al intentar observarlos todos. No es de extrañar que personas piadosas comunes, como esta multitud de peregrinos, se daban por vencidos al intentar cumplir con esta miríada “leyes” menores. Por eso los fariseos los miraban con menosprecio, y eran juzgados como “malditos” (Dt 27:26). Personas así no podían ser invitadas a casa de un fariseo, y si se casaba una hija de fariseo con uno de ellos, para ellos era como haberla entregado atada a una bestia. En segunda instancia, los fariseos descartaron a Jesús como el Cristo porque venía de Galilea, y no había una tradición de que profetas vinieran de allí, aunque así fue con Jonás.
La Fiesta terminó, y “cada uno se fue a su casa; y Jesús se fue al monte de los Olivos. Y por la mañana volvió al templo, y todo el pueblo vino a él; y sentado él, les enseñaba. Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo (Jer 17:13). Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Jn 8:1-11).
Es interesante que la palabra en griego “escribir” aquí es katagrafein, que usualmente significa “escribir un registro contra alguien”. El equivalente en hebreo en Job 13:26 dice: “¿Por qué escribes contra mí amarguras?” Por eso es probable que Jesús, que conocía los corazones de todos los hombres, escribiera los nombres de cada uno en la tierra. Por eso se avergonzaron y se fueron. Nótese que Cristo le dice a la mujer: “no peques más”, de modo que sólo le dio otra oportunidad.
Ahora Cristo, en el patio de las mujeres, donde estaban las 13 cajas para las ofrendas, da otro discurso. Durante el primer día de la Fiesta, en este mismo lugar hacían la ceremonia de las luces. Encendían cuatro grandes candelabros en honor al pilar de fuego que guiaba al pueblo de Israel en el desierto. Ahora Jesús les dice: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de vida… Estas palabras habló Jesús en el lugar de las ofrendas” (Jn 8:12,20).
Cristo les está revelando, no sólo que es el Mesías, sino que, como el Verbo, es el Dios del Antiguo Testamento, que hacía la voluntad de Dios el Padre. Nótese 1 Corintios 10:1-4: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar, y todos en Moisés fueron bautizados en la nube [la que los iluminaba de noche como un pilar de fuego—y Cristo era esa luz], y todos comieron el mismo alimento espiritual [Cristo les daba el pan de cielo—y Cristo sería el Pan de vida]. Y todos bebieron de la bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía [Cristo les daba esa agua—y ofrecería más tarde las aguas que simbolizaban el Espíritu Santo], y la roca era Cristo—[aquí aclara Pablo quién era ese Dios que los acompañaba—era Cristo y no Dios el Padre, quien los seguía desde el cielo, guiándolo todo]”.
Es importante tomar todo esto en cuenta en este relato de Juan. Cristo ahora profetiza de su muerte y resurrección. “Yo me voy, y me buscaréis, pero en vuestro pecado moriréis; a donde yo voy, vosotros no podéis venir”. Luego explica por qué morirán en sus pecados si no lo aceptaban—su sacrificio era la única forma de ser perdonados, al ser él Dios mismo, que pagaba por todos nuestros pecados. Dice: “Porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Jn 8:24). El uso del “yo soy” se refiere a que era Dios, y se remonta a la expresión en Isaías 43:10: “...Yo mismo soy” y Éxodo 3:14 “Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros”. YO SOY o Yavéh, significa “El que siempre existe, o el Eterno”. Cristo les está revelando que es el mismo YO SOY. Cuando le preguntaron: “Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: ... Antes que Abraham fuese, YO SOY. Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo”. Los judíos no aceptaban que había más de una persona que era Dios, y lo acusaron de blasfemar. El castigo era morir por apedreamiento. Pero aquí Jesús revela que hay dos personas que son “Dios” [significa Elohim, palabra uni-plural, como Dioses, pero que se usa en el singular o plural]. En el Elohim están Dios el Padre y Dios el Verbo. Los judíos jamás aceptaron esto y por eso quisieron matarle. Creían que había una sola persona en Dios, y no dos. ¿Qué habría pasado si les hubiera dicho que, en realidad, Dios es tres personas y no sólo dos?
McGee comenta: “¿Logró Abraham ver a Cristo? Así fue. Las apariciones de Dios a las personas del Antiguo Testamento fueron las de Jesucristo, como el Verbo”.
Jesús les revela que estuvo con Abraham y que Abraham por la fe se alegró de ver su día [o futura venida], como menciona Hebreos 11:14-16. Les trajo esta misma verdad sobre Dios. Dijo: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. La verdad incluye el conocimiento sobre Dios, y cómo guardar la ley de Dios correctamente, no en la forma falsa de los fariseos.
Entonces lo acusan de estar poseído por un espíritu maligno, pero Cristo les demuestra que ellos son los que están bajo la influencia del diablo al querer matarlo. Dice: “Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él” (Jn 8:44). Pero ellos rechazaron la divinidad de Jesús, y se consolidaron en llevar a cabo sus planes de darle muerte. Jesús logró escapar, al no ser su hora, y vuelve una vez más a Galilea. Pasaría los últimos seis meses predicando allí hasta que regresara a Jerusalén para la última Pascua.