LOS MILAGROS DEL SEÑOR
Terminado el Sermón del Monte, Cristo descendió de él con sus discípulos y una gran multitud. “Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mt 8:1-2).
En los próximos días, Cristo mostraría que no sólo poseía la sabiduría divina al dar el Sermón del Monte, sino que tenía el poder divino al llevar a cabo muchos milagros, incluyendo una resurrección.
La sanidad de un leproso
La lepra es llamada hoy día “el mal de Hansen” (para evitar el golpe psicológico de escuchar la palabra “lepra”), pero también puede incluir otras enfermedades crónicas de la piel. Según la Enciclopedia Encarta de 1995, todavía hay 5.250.00 casos registrados en el mundo, y se estima que el total de víctimas llega a 10 millones. Hay 5500 casos en los EE. UU. y en Chile antes se envíaban a los leprosos a la isla de Pascua. La terrible enfermedad es parecida al SIDA de hoy día, en que es incurable y es una sentencia segura de una muerte lenta.
Dios estableció en Levítico 13 la ley de cuarentena para evitar el contagio de esta enfermedad, el método que todavía se usa en el mundo entero. Dice el Dr. S. I. McMillen: “En 1883, el Dr. Amaur Hansen… identificó la bacteria contagiosa que producía la lepra, y que se encontraba en gran cantidad en las secreciones al interior de la nariz (donde es fácil que se propague por un resfrío o un estornudo). Al descubrir la bacteria, Noruega aprobó la ley sobre la cuarentena de los leprosos… Esta ley exigía que vivieran en aislamiento preventivo separados de sus familias. De los 2.858 leprosos noruegos en 1856… eventualmente disminuyeron a 69… Las precauciones con la cuarentena dieron el resultado, pero habían sido escritas por Dios [en la Biblia] casi 3.000 años antes” (Ninguna Enfermedad, 1984, pp. 23-24).
En los tiempos de Jesús, ser leproso era espantoso. La persona que sufría la enfermedad debía apartarse de todos sus seres queridos y según Levítico 13:45 debía gritar al encontrarse con alguien: “¡Inmundo, inmundo!” para no contagiar a nadie. Según las leyes rabínicas, no podían acercarse a más de dos metros de cualquier persona. La enfermedad era lenta y progresiva, a veces duraba más de 20 años hasta que por fin mataba a la persona.
Podemos imaginarnos la desgarradora súplica que hizo el leproso ante el Señor. Movido por la compasión, Jesús le dijo: “Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció. Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos” (Mt 8:3-4). Notemos aquí que Jesús respetaba la ley de Dios, y le ordenó que cumpliera con las instrucciones según Levítico 13-14 para recibir la declaración formal del sacerdote de que era limpio y poder volver a su casa.
La sanidad del criado del centurión
“Entrando en Capernaum, vino a él un centurión [soldado romano a cargo de 100 hombres], rogándole y diciendo: Señor, mi criado [doulus, o esclavo] está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado” (Mt 8:5-6). Lucas añade importantes detalles históricos al relato: “Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo. Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga. Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo: por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di la palabra, y mi siervo será sano. Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Ve y va… y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo” (Lc 7:3-5).
Es interesante que, en este siglo, arqueólogos descubrieron los escombros de una sinagoga en Capernaum debajo de los restos de otra sinagoga, que data de 300 D.C. Comenta el arqueólogo Hershel Shanks sobre la sinagoga original, que probablemente fue la que edificó el centurión de este relato: “La cerámica encontrada debajo del piso de la sinagoga data del primer siglo o antes. Puesto que el lugar donde se edificaba una sinagoga casi nunca cambiaba, [cuando envejecía mucho o quedaba destruida, simplemente edificaban otra sobre sus cimientos], es muy probable que la sinagoga original fue la que Jesús usó para predicar” (Revista de Arqueología Bíblica, Nov. 1983, p. 27). Es también notable que cerca de la sinagoga, Jesús fue a la casa de Pedro donde estaba su suegra enferma. Es muy posible que la casa de Pedro sea la que se encontró en Capernaum, y que fue un lugar de peregrinaje desde el tercer siglo. No obstante, no tiene ninguna importancia espiritual, y lamentablemente, hoy día se ha convertido en otro ‘ídolo’ para las masas, pues se construyó encima de la casa una iglesia católica.
“Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre. Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía. Y cuando llegó la noche [del sábado, Mr 1:29-32], trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios, y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: Él mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias” (Mt 8:14-17). Aquí vemos que la misión de Jesús no era sólo morir por nuestros pecados sino también proveer la forma para ser sanados. Por eso acudimos a Dios mediante el ungimiento con aceite, según es mencionado en Santiago 5:14-15.
Calcular los gastos para ser un discípulo
“Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, mandó pasar al otro lado [del lago]. Y vino un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza. Otro de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8:18-22). Lucas añade al relato: “Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que, poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lc 9:62).
Hay un costo para seguir a Jesucristo, pues uno escoge una vida en que ni el dinero ni la fama son lo más importante. Cristo no tenía una organización rica, y a veces ni contaba con alojamiento. El escriba probablemente pensó que con sus vastos estudios de las Escrituras sería muy bien cuidado, pero no sería así. Otro quería “primero sepultar a mi padre”, expresión del Medio Oriente que se refiere a la responsabilidad de los hijos de cuidar al padre hasta que muera. Cristo le estaba dando una oportunidad para desarrollarse espiritualmente, y por eso le dijo que dejara que los demás hermanos (que están muertos espiritualmente) cuidaran y enterraran al padre (también muerto espiritualmente) cuando muriese. Finalmente, le dijo a otro que nadie que decide seguir este camino de vida y que mira hacia atrás, o que se arrepiente de hacerlo, es digno del reino de Dios. El arador, una vez que comienza a hacer un surco, si mira hacia atrás, pierde la orientación y el surco quedará disparejo (en Chile dicen que queda una “empanada” por su forma curva). La conversión a al Señor es una decisión que, una vez tomada, no permite mirar hacia atrás. “Acordaos de la mujer de Lot” (Lc 17:32-34). Es una nueva vida en que se han “calculado los costos” y hay que seguir adelante con paciencia y fe hasta el fin. Recordemos que solo “el que persevre hasta el fin será salvo” (Mt 24:13).
Abrumado por la multitud, Jesús y sus discípulos cruzaron el lago de Galilea. Él estaba exhausto, y cayó rendido en un profundo sueño. “Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y vinieron sus discípulos y les despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos! Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza [calma]. Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?” (Mt 8:23-27).
Estos fuertes vientos aún son comunes en el lago de Galilea. Debido a que el lago está en una profunda depresión geológica (200 metros bajo el nivel del mar), se forma un vacío en que los vientos son jalados desde los angostos valles hasta desembocar en el lago. Comenta Barclay: “El Dr. Christie comenta que, en una ocasión, un grupo de turistas estaban frente al plácido lago y cuestionaron si en realidad se podía formar una tormenta como la descrita en los Evangelios. Casi de inmediato surgió un viento tan recio que en 20 minutos el lago se veía blanco por las enormes crestas blancas de las olas. Los visitantes tuvieron que huir del lugar donde estaban al ser golpeados por la espuma de las olas. En 20 minutos un lugar soleado y plácido se había convertido en una terrible tormenta. En este relato se llama la tormenta seismos mega, de donde proviene sismos, pues la tormenta tenía la furia de un terremoto.
Una vez calmada la tormenta, pudieron llegar al extremo sur del lago, en la zona donde vivían los gentiles gadarenos [del tiempo de los samaritanos]. “Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino. Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (Mt 8:28-29).
Hoy en día, la mayoría de las personas “endemoniadas” se encuentran en los manicomios. En los tiempos de Jesús no existían estas instituciones, y los pacíficos eran cuidados en las casas, pero los más violentos andaban sueltos. Los demonios dentro de estas personas reconocieron a Jesús como el Hijo de Dios, y ellos saben que están en la tierra hasta el tiempo del juicio cuando serán condenados para siempre. Judas revela: “Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (Jud 1:6). Ellos pensaban que les había llegado el día de juicio, pero no era así. Al saber que iban a ser echados de esos pobres hombres, no querían quedarse sin “habitación”. Cristo explicó: “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada [se refiere a la mente de la persona previamente ocupada, que no ha fortalecido su fe para resistirlo]” (Mt 12:43-44). Los espíritus no pueden entrar en quien tiene una fe fuerte y firme. Santiago explica: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Stg 4:7).
Los demonios no querían “andar por lugares secos” y le pidieron a Jesús si podían entrar en los cerdos que estaban cerca. “Él les dijo: Id. Y ellos salieron, y se fueron a aquel hato de cerdos [Marcos 2:13 dice que eran como dos mil cerdos]; y he aquí, todo el hato de cerdos se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas [por el susto los cerdos trataron de huir y perecieron]. Y los que los apacentaban huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados. Y toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de sus contornos” (Mt 8:33-34). ¡Qué tristeza! En vez de estar agradecidos y gozosos al ver que estos dos pobres hombres habían recuperado su libertad y sano juicio, los gadarenos estaban más preocupados por las pérdidas económicas de sus cerdos y no quisieron recibir al Señor Jesús. Hoy en día las empresas de cecinas también le pedirían al Señor que se alejara para que ellas pudiesen seguir tranquilamente con sus negocios.
Sin mucho descanso, Jesús navega entonces al norte del lago, a Capernaum, su centro de operaciones. Allí sana al paralítico, llama a Mateo y explica a los discípulos de Juan por qué no ayunaban sus discípulos, cosas que ya cubrimos en esta sección.
“Mientras él les decía estas cosas, vino un hombre principal y se postró ante él, diciendo: Mi hija acaba de morir; mas ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá. Y se levantó Jesús, y le siguió con sus discípulos. Y he aquí una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; porque decía dentro de sí: Si tocare solamente su manto, seré salva” (Mt 9:18-21). Lucas añade: “Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre. Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado?... Alguien me ha tocado: porque yo he conocido que ha salido poder de mi” (Lc 8:43-46).
Barclay explica: “Desde el punto de vista judío, esta mujer no podía haber padecido de una enfermedad más terrible y humillante que el de una hemorragia. El Talmud judío entrega 11 diferentes curas para ello, algunas eran brebajes que podían ayudar, pero otras curas eran ridículas como el llevar las cenizas de un huevo de avestruz o el maíz encontrado en el estiércol de un asno. Es claro por el relato que ella había intentado todo, pero nada había aprovechado, antes le iba peor” (Mr 5:26). Lo peor de esta enfermedad es que la convertía en una persona inmunda. En Levítico 15:25 tenemos el reglamento para que la persona no contamine a otras por medio de este flujo de sangre que puede ser contagiaso: “Y la mujer, cuando siguiere el flujo de su sangre… todo el tiempo de su flujo será inmunda… Toda cama en que durmiere… y todo mueble sobre el que se sentare, será inmundo”. Hoy día los hospitales toman estas precauciones, pero en ese entonces, sólo la Biblia lo prescribía. Ella no podía adorar a Dios junto con otras personas, ni estar alrededor de ellas.
Por eso, en su desesperación, tocó la franja azul que Jesús tenía en su vestimenta. La palabra es kraspedou y significa la franja de cuatro hilos azules en la túnica, “Y os servirá de franja, para que cuando lo veáis os acordéis de todos los mandamientos de Jehová, para ponerlos por obra” (Nm 15:37-41 y Dt 22:12). Los judíos ortodoxos aún la usan, y en tiempos de persecución, se lo ponen debajo de la ropa. Esta ley es parte de la legislación civil para el pueblo judío, tal como la circuncisión, y no es aplicable para el cristiano gentil. Explica Henry Virkler: “El creyente neotestamentario no está bajo la ley en tres sentidos: (1) él no está bajo la ley ceremonial porque ésta se ha cumplido en Cristo, (2) él no está bajo la ley civil judía porque no estaba destinada a él, y (3) él no está bajo la condenación de la ley porque su identificación con la muerte vicaria de Cristo lo libra de ella” (Hermenéutica, p. 122).
Luego de sanar a la mujer con el flujo de sangre, Cristo llega a la casa de la niña muerta. “Y vino a casa del principal de la sinagoga, y vio el alboroto y a los que lloraban y lamentaban mucho. Y entrando, les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él. Mas él, echando fuera a todos, tomó al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con él, y entró donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate. Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se espantaron grandemente. Pero él les mandó mucho que nadie lo supiese, y dijo que se le diese de comer”. Y se difundió la fama de esto por toda aquella tierra.
Fue la primera persona que Jesús resucitó. Era costumbre en ese entonces usar flautas y plañideras profesionales para hacer un sonido agudo y tétrico. Dice Barclay: “Los judíos tenían leyes muy rígidas respecto a la muerte. Una era rasgar los vestidos; y había 39 reglamentos sobre cómo rasgarlos correctamente. Luego estaban los lamentos para el muerto. El Talmud decía que, para el pobre, lo mínimo eran dos flautistas y una plañidera, pero para el rico, que se debía hacer con esplendor. El senador romano Séneca dijo que en el funeral del emperador Claudio, el sonido de las flautas era tan estridente, que, aunque Claudio estaba muerto, quizás las podía oír”.
Luego de resucitar a la niña, Cristo sanó a dos ciegos, y a un mudo endemoniado. ¿La razón? “Al ver las multitudes, tuvo compasión [“splangchinisteis” o que sus entrañas se conmovían por ellos] porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor [los fariseos no eran verdaderos pastores, sino que les ataban pesadas tradiciones en vez de enseñarles la pura ley de Dios]. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los [fieles] obreros pocos. Rogad, pues al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mt 9:36-37). El mundo necesita una gran cantidad de verdaderos ministros de Dios.