MINISTERIO DE JUAN EL BAUTISTA Y LAS TENTACIONES DEL SEÑOR
Luego del nacimiento de Juan y de Jesús, por espacio de 30 años, no ocurre nada espectacular. El Señor Jesús está en Nazaret, “sujeto a sus padres” (Lc 2:51) mientras que Juan recibe la educación de un sacerdote; pero al ver la corrupción general del sacerdocio, se aleja y se prepara en un lugar desértico, tal como lo había hecho Elías antes que él.
Sabemos que José, el padrastro del Señor, fue un “carpintero” (Mt 13:55), y que le enseñó a su hijo adoptivo el mismo oficio (Mr 6:3).
El término “carpintero” es tectón en griego, de donde proviene la palabra “técnico”, y se refiere al trabajo de construcción en general. En el AT se usa la palabra indistintamente para los que trabajan en madera, piedra o metales. Por ejemplo, leemos de un sindicato de artesanos donde se usa el término hebreo harás equivalente a tectón: “Y Seraías engendró a Joab, padre de los habitantes del valle de Carisim, porque fueron artífices” (1 Cr 4:14). En Isaías se mencionan algunas de las herramientas del carpintero: “El carpintero tiende la regla, lo señala con almagre, lo labra con los cepillos, le da figura con el compás” (Is 44:13). En los tiempos del Señor Jesús, muchas de las viviendas estaban hechas de varios materiales: piedra, adobe, ladrillo y madera. Era un oficio que exigía conocimiento y precisión en geometría y matemáticas; y muy bien remunerado.
Mientras tanto, Juan se había alejado del sacerdocio corrupto de Jerusalén. La familia del sumo sacerdote era dueña del rubro de los cambistas, a los que el Señor Jesús después echó del Templo. Al ser un hombre que tenía la misión de preparar el camino para el Mesías, y que desde su nacimiento había sido consagrado totalmente a Dios por el voto nazareo, Juan no podía contaminarse con la forma perversa en que se había convertido la verdadera religión bajo los saduceos (clase gobernante de sacerdotes) y los fariseos (los predicadores populares llenos de tradiciones).
Con estos antecedentes en mente, podemos entrar al mundo de Juan el Bautista y del Señor Jesús cuando comenzaron sus ministerios.
Lucas inicia el relato con su característico rigor científico para satisfacer el escrutinio de los griegos educados: “En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (Lc 3:1-2). De este modo, Lucas menciona a los seis gobernantes que había en esa parte del mundo.
El segundo emperador del Imperio Romano, que incluía a Israel, fue Tiberio César. Había sido nombrado por Augusto y gobernó desde el año 12 (junto con Augusto por dos años) hasta el año 37 d.C. Fue un emperador eficaz pero cruel. Comenta el Diccionario de la Biblia: “Al principio, Tiberio César fue moderado y justo; pero poco tiempo después se hizo infame con motivo de sus vicios y sus crímenes” (p.687). Esto sitúa el ministerio del Señor en el año 27.
Respecto al reinado de los sumo sacerdotes durante el tiempo de Juan y el Señor, Anás fue el primero que gobernó los asuntos religiosos de Israel desde el año 6 d.C. hasta el año 15. Luego fue depuesto por los romanos, pero más tarde, su yerno Caifás fue nombrado en el año 18 d.C. hasta el año 36. Comenta F.F. Bruce: “Desde el año 6 d.C. hasta la destrucción del Templo, el sumo sacerdocio se convirtió en un monopolio de un número reducido de prósperas familias sacerdotales [bajo Anás]. Formaban parte del partido de los saduceos y estaban ansiosos por no hacer nada que molestara a Roma o que amenazara su posición” (Historia del Nuevo Testamento, p. 63). Anás logró poner a sus cinco hijos y a su yerno Caifás en el sumo sacerdocio.
Añade Edersheim: “Josefo y los rabinos mencionan la avaricia y la corrupción de esta familia de sumo sacerdotes. Josefo describe a uno de los hijos de Anás como ‘un gran acaparador de dinero, sumamente rico y que despojaba violentamente a los sacerdotes comunes de sus ingresos oficiales’. Un rabino dice de ellos: ‘Sus hijos son los tesoreros, sus yernos los sub-tesoreros y sus siervos golpean a la gente con palos’. Ellos controlaban gran parte del comercio de animales y los cambios de moneda en el Templo. De hecho, la sección oficial se llamaba, ‘el bazar de Anás’. Se enriquecieron a expensas de los humildes peregrinos que perdían mucho dinero al cambiar sus monedas y al comprar los animales a un precio excesivo. Con razón que Cristo denunció a este bazar como “una cueva de ladrones” (La Vida y los Tiempos de Jesús).
Por eso, al presenciar todo esto, Juan el Bautista tuvo que huir a las zonas desérticas, pues sus jefes religiosos eran unos avaros y corruptos, los mismos que más tarde condenarían ilegalmente a muerte al Señor Jesús. A los 30 años, que es la edad oficial para que ejerciera un sacerdote (Nm 4:3), Juan recibió las órdenes de Dios para iniciar su ministerio. “Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados” (Lc 3:3).
En ese entonces era común “bautizar” a los prosélitos, o los candidatos gentiles que aceptaban la religión judía. Debían primero circuncidarse, luego, al estar ceremonialmente “inmundos”, debían sumergirse en agua para ser purificados y después ofrecer un sacrificio en el Templo. Por eso dicen las Escrituras: “Entonces hubo discusión entre los discípulos de Juan y los judíos acerca de la purificación. Y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él” (Jn 3:25-26).
Lo novedoso del bautismo de Juan era que bautizaba, no a los gentiles prosélitos, sino a los mismos judíos. Esto venía directamente de Dios (Juan 1:33). Los líderes religiosos no creían que fuera necesario al ser todos “hijos de Abraham”. Sin embargo, Juan exigía que se arrepintieran de sus pecados y lo mostraran externamente al bautizarse.
“Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? [Como las víboras que salen de las grietas en las piedras en un incendio]. Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego” (Lc 3:7-9).
El pueblo judío consideraba que, al ser descendientes de Abraham, la justicia de Abraham los cubría como un manto de toda culpa y en la resurrección entrarían en el reino de Dios. Juan les indicó que no era así, y que pronto llegaría el Mesías y el juicio del reino de Dios. Ahora entendieron que no existía tal “manto” de seguridad y se conmovieron profundamente. Se arrepintieron, confesaron sus pecados y se bautizaron.
Respecto a la apariencia de Juan: “Estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre” (Mt 3:4). Era el mismo tipo de vestimenta que había usado el profeta Elías (2 R 1:8). Acerca de su comida, Robertson dice: “Las langostas, una vez secas, son consideradas sabrosas, y la miel silvestre… era abundante en las grietas de las peñas. Algunos beduinos siguen ganándose la vida recogiendo esa miel silvestre entre las rocas” (p. 265). Josefo dice de él: “Juan, llamado el Bautista, fue un hombre justo que mandó a los judíos a ser virtuosos hacia Dios y los hombres… tuvo gran influencia sobre el pueblo” (Antigüedades de los Judíos).
“Y la gente le preguntaba: Entonces, ¿qué haremos [para mostrar el arrepentimiento genuino]?” (Lc 3:10). Juan se enfoca en tres “ídolos” que tenían: el amor propio, el amor al dinero y el amor al poder. Ahora deberían mostrar el amor fraternal entre los conversos: “El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo”. A los publicanos que eran notorios por cobrar más de lo que era justo y quedarse con el resto, les dijo: “No exijáis más de lo que os está ordenado”. Los soldados, a la vez, eran conocidos por sacar la espada, acusar a alguien y “confiscar” los bienes y dinero para “el Estado”, es decir, para ellos. También aceptaban sobornos para no arrestar a las personas y así aumentar sus salarios. En cambio, Juan les dijo: “No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario”.
Y explicó: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (Mt 3:11-12). Hay entonces tres bautismos mencionados aquí. El primero es el de agua para arrepentimiento; el segundo es para recibir el Espíritu Santo, que se llama “la imposición de manos” (Hch 8:14-17). El tercer “bautismo” es “el quemar la paja en fuego”, al ser echado en el lago del fuego en el tiempo de juicio.
Continuamos: “Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó. Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt 3:13-17).
Cristo aclara que permitió que Juan lo bautizara para darnos un ejemplo que debemos seguir. El apóstol Juan aclaró: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo (1 Jn 2:6). Cristo fue nuestro ejemplo perfecto. Por eso, debemos bautizarnos al creer en él y arrepentirnos de nuestros de nuestros pecados para identificarnos ante otros como discípulos suyos. Así testificamos ante lo demás que hemos nacido de nuevo por la fe en el Cristo de las Escrituras.
Además, nótese que el Espíritu Santo descendió “como” una paloma sobre el Señor. Es decir, el Espíritu Santo se manifestó físicamente como algo que revoloteaba mientras descendía del cielo hasta que se posó suavemente sobre Jesús. Era una señal para mostrarle a Juan quién era el Mesías. Más tarde Juan dijo: “Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Jn 1:32-34).
Ese mismo Espíritu se posó sobre los miembros de la Iglesia en el día de Pentecostés, esta vez manifestándose como lenguas de fuego (Hch 2:1-4). ¿Cuántas personas estaban presentes en el bautismo de Jesús? Estaba Dios el Padre quién habló, Dios el Hijo quien fue bautizado, el Espíritu Santo y Juan que llevó a cabo el bautismo. Luego, “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo” (Lc 4:1-2).
Sigamos: “Y no comió nada en aquellos días, pasados los cuales, tuvo hambre. Entonces el diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan. Jesús, respondiéndole, dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios. Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos. Respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y al él solo servirás. Y le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden; y, En las manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra. Respondiendo Jesús, le dijo: Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios. Y cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se apartó de él por un tiempo” (Lc 4:1-13).
La primera pregunta que surge es, ¿fue el Señor Jesús realmente tentado? Algunos enseñan que no podía ser tentado y que sólo fue probado, pero sin posibilidad de caer. Sin embargo, como comenta una eminencia en el griego: “En el primer siglo, algunos cuestionaban si Jesús podía ser tentado a pecar. El autor de Hebreos afirma que sí. De lo contrario, no hubiera dicho que “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He 4:15). Enfatiza que las tentaciones del Señor Jesús fueron igual que las nuestras. En otras palabras, fue posible para Jesús haber caído. En Mateo 4, el tentador [peirazon] intenta desviar a Jesús de la obra que Dios le encomendó después de ser bautizado. Procura de todos los modos posibles alejar a Jesús de su obediencia a Dios” (Heinrich Seesemann, Diccionario Teológico del N.T., Tomo 6, pp. 33-34).
Podemos categorizar las tentaciones de Satanás en tres grupos. Lamentablemente él ha tenido gran éxito al hacer caer en tentación y así pecar a todos los seres humanos, menos al Señor Jesús. Primero fueron Adán y Eva, luego el mundo entero, pues, “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro 2:23). Eclesiastés dice: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Ec 7:20). He aquí las tres categorías de tentaciones de Satanás:
Aquí Satanás le recuerda al Señors que todos los reinos del mundo están bajo su poder, y que puede entregarlos a quienes él quiera. Desde luego que hay gobernantes que se dejan influir por Satanás más que otros. Por ejemplo, Stalin y Hitler que causaron la muerte de millones de personas inocentes en este siglo. No obstante, todos los gobernantes, reyes y presidentes tienen mentes carnales y gobiernan sobre un mundo inconverso. Por eso Daniel le dijo a Nabucodonosor sobre estos reinos del mundo: “Pero [en el tiempo del fin] se sentará el Juez [Cristo], y le quitarán su dominio [a la Bestia], para que sea destruido y arruinado hasta el fin, y que el reino [ahora bajo Satanás] y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán [algo que no hacen hoy día]” (Dn 7:26-27). Al no poder desviar ni corromper al Señor Jesús, el diablo se retira “por una temporada”, y Cristo comienza su ministerio público.