LOS DOCE APÓSTOLES


“Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad [exousía o poder] sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia… A estos doce envió Jesús, y les dio instrucciones: Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt 10:1-6). 

La misión principal de los 12 apóstoles sería llevar el evangelio sobre todo a las 12 tribus de Israel. Irían primero a los judíos, que en ese entonces abarcaban las tribus de Judá, Benjamín, la mayoría de Leví y a unos pocos de las demás tribus. Estas tribus de Israel se encontraban en el territorio de Judea o dispersas por el Imperio Romano. Las otras 10 tribus se hallaban en ese entonces mayormente en Mesopotamia, Armenia, Partia, Escitia, el noroeste de la India y el noroeste de Europa. Sería principalmente el apóstol Pablo quien iría a los gentiles. Eventualmente le llegaría el evangelio a todo el mundo, pero en forma ordenada. Cada apóstol tendría su región de acción. 

El Señor Jesús, sabiendo adónde habían emigrado las 12 tribus, envió a sus 12 apóstoles para hacer llegar a las tribus perdidas su precioso evangelio del reino de Dios. El apóstol Pablo fue enviado a los gentiles. ¿No se ha preguntado el lector por qué después del capítulo 15 del libro de los Hechos, no leemos nada más acerca de los 12 apóstoles? ¡Porque todos se habían ido a las tribus perdidas de Israel!

Josefo, que vivió en el mismo siglo que Jesús, revela que los judíos estudiosos sabían adónde se encontraban las 12 tribus: “Pero la mayor parte del pueblo de Israel quedó en el país [se refiere a Babilonia, luego de los 70 años de cautiverio]; ésta es la razón de que solamente dos tribus en Europa y en Asia [Judá y Benjamín] estén sometidas al imperio romano; las otras diez tribus aún en la actualidad viven [nótese que no dice que hubieran desaparecido] más allá del Éufrates, miles de hombres cuyo número es incontable” (Antigüedades de los Judíos, libro XI, cap. 5, v. 2). 

¿Se había olvidado Jesús de estas “ovejas perdidas de la casa de Israel”, es decir, de las otras 10 tribus? No, pues dijo: “También tengo otras ovejas que no son de este redil [el judío]; aquéllas también [las otras 10] debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor” (Jn 10:16). Cristo sabía diferenciar entre la casa de Judá y la de Israel. La escritura clave es Mateo 19:28, que muestra que Cristo tomó en cuenta a las 12 tribus

“De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel [no a sólo dos tribus o a los gentiles]”. Si los 12 apóstoles fuesen enviados a los gentiles, no tendría mucho sentido que fueran entrenados para gobernar a las 12 tribus de Israel en el Milenio. Estas 10 tribus, aunque ocultas para el mundo, todavía existen y no son gentiles. 

Recuérdese que fue el apóstol Pablo quien recibió las instrucciones de ir principalmente a los gentiles: Dijo Pablo: “... me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión [es decir, a los gentiles], como a Pedro el de la circuncisión [o las tribus de Israel]” (Gl 2:7-9). Cristo le dijo a Pablo: “Ve, porque yo te enviaré lejos a los gentiles” (Hch 22:21).

Por ejemplo, en el libro, En Busca de los 12 Apóstoles, el historiador William Stewart dice: “El libro Los Hechos del Apóstol Santiago en la India cuenta de un viaje misionero de Santiago y de Pedro a la India. Según otro libro, El Martirio del Apóstol Santiago, él predicó a las 12 tribus esparcidas en el mundo”. El otro apóstol Santiago, el hermano de Cristo, escribió una epístola a las 12 tribus: “Santiago...a las doce tribus que están en la dispersión: Salud” (Stg 1:1). 

En general, la historia posterior de los otros 10 apóstoles (no incluyendo a Pedro y Juan), los sitúa principalmente en las siguientes áreas: Andrés—Escitia; Simón el Zelote—Norte de África; Santiago, hijo de Alfeo—Siria; Tomás—Partia y el noroeste de India; Bartolomé—Armenia y Frigia; Judas (no Iscariote)—Mesopotamia; Felipe—Escitia; Mateo—Persia; Santiago, hijo de Zebedeo—España; Matías [quien reemplazó a Judas Iscariote]—Armenia (Fuente principal: William Stewart). 

El Señor Jesús los instruye: “De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mt 10:8). En otras palabras, como ellos recibieron las verdades de Dios en forma gratuita, también deberían entregarlas de la misma manera a la humanidad. No se debe cobrar por los servicios ministeriales ni por la literatura que tiene que ver con las verdades de Dios. Para eso existen las ofrendas voluntarias, que proporcionan los fondos para llevar a cabo la obra de Dios y el ministerio, sin que haya comercialización ni ruegos financieros al respecto. Las buenas nuevas del reino del cielo deben compartirse gratuitamente con toda persona que las quiera escuchar, con la ayuda de colaboradores que voluntariamente contribuyan al respaldo de tal labor”. 

Por curioso que parezca, el hecho de entregar este tipo de mensaje en forma gratuita es una de las señales bíblicas de la verdadera cristiandad, pues está obedeciendo así la Palabra de Dios. Muchas de las iglesias del mundo amasan grandes fortunas con la venta de sus publicaciones y al recibir ayuda política y monetaria, pero no así los verdaderos creyentes. Por eso son tan importantes los colaboradores y mecenas, pues esa es la forma que Dios designó para pagar por la propagación de sus verdades sin que se mezcle con el afán de lucro o lo que es mundano. 

Luego el Señor añade: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos… porque el obrero es digno de su alimento” (Mt 10:9-22). Cristo explicó que los ministros deberían vivir de las donaciones y ofrendas voluntarias que dieran otros creyentes, pues son dignos de ellas al cumplir la labor que el Señor encomendó. Pablo explica: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Co 9:14). 

En el Nuevo Testamento vemos que las ofrendas voluntarias (no el diezmo) serían transferidas del ministerio y sacerdocio levítico al del Señor Jesucristo y sus ministros designados. Leemos en Hebreos 7:5-22 sobre este cambio en la ley: “Ciertamente los que de entre los hijos de Leví reciben el sacerdocio, tienen mandamiento de tomar del pueblo los diezmos según la ley… Porque cambiado el sacerdocio, necesario es que haya también cambio de ley; y aquel de quien se dice esto [Jesús], es de otra tribu… Queda, pues, abrogado el mandamiento anterior [sobre el ministerio levítico]... Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto… ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas”. 

Más tarde en la misma epístola se explica quiénes tienen ahora el derecho previamente dado a los levitas sobre las ofrendas voluntarias para hacer la obra de Dios: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe… Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta [no los sacerdotes levitas], para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (He 13:7,17). 

Al ir por las ciudades, Jesús también les prohíbe pasar de casa en casa con el mensaje del evangelio. Les ordena categóricamente: “No os paséis de casa en casa” (Lc 10:7). Cristo sabía que esto sería una tentación para propagar el mensaje en forma fácil, pero iba en contra de los principios bíblicos de no imponerse a los demás. Acababa de explicar que no se deben entregar las perlas a personas que no estén interesadas. Esta es una alusión a sectas como los Testigos de Jehová y los Mormones. Ellos hacen un esfuerzo desperado por “salvar almas” y van de casa en casa todo el tiempo. Y no es que ganen muchos adeptos de esta manera, y además están claramente desobedeciendo los mandamientos del Señor Jesús. Los verdaderos discípulos siempre obedecen a su Maestro, y saben que no debe pasar por alto esta importante enseñanza. Siempre serán una “manada pequeña” al ser obedientes al Maestro. Ellos saben que el Señor de la obra es el Espíritu Santo y que se espera que ellos oren y esperen ser dirigidos por él en esta tarea que es sobrenatural. 

Cristo les enseña a sus apóstoles la forma que deben anunciar el evangelio en una ciudad sin ir de casa en casa. En ese entonces ellos todavía podían entrar en una sinagoga y exponer las verdades de Dios, tal como Pablo lo hizo en numerosas ocasiones. Otras veces podían tener una reunión en una plaza o un recinto y así averiguar “quién era digno”, es decir quién mostraba interés y los invitaba. Dijo: “Mas en cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos quién en ella sea digno, y posad allí hasta que salgáis”. Si no había alguien interesado, “salid de aquella casa o ciudad [no insistan], y sacudid el polvo de vuestros pies. De cierto os digo que en el día de juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma y de Gomorra, que para aquella ciudad” (Mt 10:14-15). 

Explica Robertson sobre quién era digno de recibir a los apóstoles: “¿Qué es lo que hace a una casa digna? Pues es su buena disposición a recibir a los predicadores y su mensaje. La hospitalidad es una de las más nobles virtudes, y los ministros reciben su parte. Los apóstoles no deben ser huéspedes gravosos… Si los apóstoles no eran tratados bien por los anfitriones, tal como los judíos tenían una impresión desfavorable del polvo del suelo gentil como algo inmundo, así deberían considerar el rechazo a su presencia”. 

Cristo sigue dando instrucciones a sus ministros: “He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas. Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre [noten que no es una persona] que habla en vosotros” (Mt 10:16-20). 

Aquí explica la manera que un verdadero ministro se conduciría. Sería manso e inofensivo como una paloma, pero a la vez sería sabio y prudente como una serpiente. Las serpientes no se exponen fácilmente y se esconden entre las piedras o el pasto. Por eso no se debe entregar las perlas “de la verdad” a inconversos desinteresados. Tenemos que cuidarnos de las lisonjas de los hombres, y no ser llevados a participar en la política. Debemos estar tranquilos cuando seamos arrestados por nuestra fe, y Dios se encargará de hablar por nosotros. 

Luego Cristo enseña que nuestra salvación se completaría al final de nuestras vidas. Somos salvos al aceptar al Señor Jesús como nuestro salvador, pero seremos probados por las viscisitudes de la vida a ver si llegasmos al final. Esta enseñanza comúnmente se pasa por alto: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt 10:22). ¿Qué debemos hacer cuando somos perseguidos? ¿Pelear? Jamás. Cristo dijo: “Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre” (Mt 10:23). Jesús nunca enseñó que, al ser perseguidos deberíamos tomar las armas. Dijo que podríamos huir, y si somos capturados, no resistir. Debemos encomendarnos a él, tal como lo hizo Daniel y tener fe y paciencia. 

Respecto a no recorrer todas las ciudades de Israel antes que volviera el Señor Jesús, es claramente una profecía relacionada con su segunda venida. Unger aclara: “El alcance de esta profecía va más allá del ministerio de los doce y es profética respecto al remanente judío [o de todo Israel] en los días oscuros de persecución durante la gran tribulación, que precederán a la segunda venida, cuando será proclamado de nuevo el evangelio del reino a los judíos” (p. 483). Cristo profetizó sobre lo mismo más tarde: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mt 24:14). El fin, o la intervención de Dios sobre los asuntos humanos, vendrá precedido de señales satánicas mientras que se esté enviando el evangelio al mundo. 

El Señor Jesús también revela que como lo trataron a él, así tratarán a sus seguidores. “El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor [sufrirán las mismas consecuencias]. Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia [Jesús] llamaron Beelzebú [del diablo], ¿cuánto más a los de su casa? Así que, no los temáis; porque nada hay encubierto, que no haya de ser manifestado… Lo que os digo en tinieblas [en secreto], decidlo en la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas” (Mt 10:27). Toda mentira contra la verdad de Dios un día se sabrá, y también las calumnias contra sus servidores. La verdadera manada es pequeña y perseguida, pero un día se sabrá que fue la auténtica. Debemos ser pacientes y esperar el tiempo del Señor. 

El Señor también advierte a sus siervos que no deben temer a los que pueden matarlos en forma física, pero no pueden destruir el alma eterna. “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”. Aquí Cristo confirma la idea de que el alma es inmortal. El hecho de que puede ser destruida por Dios no se refiera a la aniquilación, sino a la muerte segunda (Ap 20:14). La palabra alma es una traducción de la voz griega psyjé, que equivale a la palabra hebrea nefesh y es traducida como “persona” o “vida”, además de “alma”. Dios puede destruir nuestra alma (o vida, psyjé en griego) arrojándola en el fuego—gehena, o el lago del fuego (Ap 20:14-15). Debemos temer y obedecer ante todo a Dios, pues es él quien puede destruirnos de esta manera, que es peor que la aniquilación porque es un tormento eterno, mientras que el hombre sólo puede causar nuestra “primera” muerte, pero no tiene poder sobre nuestra “segunda” vida en el reino de Dios. 

¿Qué es, exactamente, la muerte segunda?

La muerte segunda se menciona en varias ocasiones en el libro del Apocalipsis, y es un sinónimo del lago de fuego. Es una “muerte en el sentido de que es una separación de Dios, quien es el dador de la vida. Se llama la muerte segunda porque sigue a la muerte física, o primera muerte.

Apocalipsis 21:8 explica la muerte segunda en más detalle: Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.

En otros tres lugares de Apocalipsis también se menciona la muerte segunda. La primera es Apocalipsis 2:11: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte. En este versículo, el Señor promete que los creyentes (los vencedores; 1 Jn 5:4) no experimentarán el lago de fuego. La segunda muerte es exclusivamente para quienes han rechazado a Cristo. No es un lugar donde los creyentes en Cristo debería llegar.

Apocalipsis 20:6 habla de la muerte segunda en relación a un periodo futuro llamado el milenio: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años. Este versículo señala tres hechos importantes. En primer lugar, aquellos que murieron por su fe en Cristo durante la tribulación, posteriormente resucitarán para entrar al milenio y vivir con Cristo. Segundo, estos mártires escaparán del lago de fuego o la muerte segunda. En tercer lugar, reinarán con Cristo.

La muerte segunda también se menciona en Apocalipsis 20:14-15: Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego. Al final de los tiempos, incluso la muerte y el Hades serán lanzados en el lago de fuego. Además, cada persona que no está incluida en el libro de la vida, será lanzada en el lago de fuego. Esta será la condición final; el destino es permanente.

En conclusión, la muerte segunda es una referencia al lago de fuego donde aquellos que están separados de Dios por el pecado, sufrirán eternamente. Esta sentencia se registró en las escrituras como una advertencia a los incrédulos para buscar la salvación que Jesucristo ofrece. El juicio venidero también debería desafiar a los creyentes a compartir su fe. Hay una enorme diferencia entre el destino final de quienes conocen a Cristo y perseveran hasta el fin (Mt 10:22), y el de aquellos que no. 

Ante la persecución, Cristo dice que nos cuidará: “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aún vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos” (Mt 10:29-31). A pesar de las pruebas, Dios está en control. Ni siquiera cae muerto un pájaro sin que él lo sepa. Hasta tiene nuestros cabellos contados, que en una cabellera normal equivale a 120.000 cabellos. Debemos tener fe en Dios de que él sabe encargarse de nosotros. 

Si nos acobardamos, será todo mucho peor. “Y a cualquiera que confiese delante de los hombres, yo también le confesaré [dará un buen testimonio] delante de mi Padre… Y a cualquiera que me niegue… yo también le negaré delante de mi Padre” (Mt 10:32-33). 

Al ser llamados por el Señor a seguir su camino, no será fácil la situación en el hogar con los inconversos. Cristo advierte: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz [representa los sufrimientos que vienen por seguir este camino de vida], no es digno de mí. El que halla su vida [al negar a Cristo para salvarse su vida], la perderá [ante Dios]; y el que pierde su vida por causa de mí [la primera muerte], la hallará [la segunda vida en su reino]” (Mt 10:34-39).

Las últimas instrucciones que entrega a sus apóstoles son: “El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió [a Dios Padre]... Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Mt 10:40-42). 

Aunque los verdaderos creyentes siempre serán humildes y perseguidos, si alguien los ayuda, aun con sólo un vaso de agua, Dios dice que no se olvidará este gesto y esa persona será bendecida. Esto sigue siendo aplicable hoy día.



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