LAS OCHO PARÁBOLAS PRINCIPALES

Llegamos ahora a otra importante sección de enseñanzas del Señor Jesús: las parábolas. El término “parábola” significa “comparar dos cosas”, y Cristo las usa para “comparar” los eventos cotidianos de la vida con las verdades de Dios.

La gran mayoría de las parábolas comparan elementos del reino de Dios con facetas del diario vivir. De este modo, Jesús puede ocultar las preciosas verdades del reino a personas no aptas para él, y a la vez “revelarlas” a los que él escogía. Es otro ejemplo de no echar las perlas de la sabiduría ante los inconversos.

Explicó claramente que esta era la razón: “Porque a vosotros [sus discípulos] os es dado saber los misterios del reino de los cielos; más a ellos [los inconversos], no le es dado Por eso les hablo por parábolas; porque viendo no ven y oyendo no oyen, ni entienden… para que no se conviertan, y yo los sane [los estaba confirmando en su condenación]... Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen. Porque… muchos profetas y justos desearon ver lo que ven, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron [los profetas y justos del AT no entendieron muchas de las profecías o el plan completo de Dios]” (Mt 13:11-17). 

Aquí vemos la verdad bíblica de que Dios no está abriendo los ojos al mundo en general, sino sólo a los que él llama. Cristo dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Jn 6:44). 

En cierto sentido, toda la Biblia es así, pues es un libro velado a la humanidad en general. Se necesita tener el Espíritu Santo de Dios para entenderla. El Señor Jesús había dicho: “Te alabo, Padre… porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños [personas sencillas, pero con el Espíritu Santo de Dios]” (Mt 11:25). Pablo también dijo: “Pero el hombre natural no percibe las cosas de Dios [esas verdades]... y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente(1 Co 2:14). Sí, es un gran privilegio poder “discernir espiritualmente” lo que dicen estas Escrituras. En Mateo 13, Cristo entrega ocho parábolas principales. Las analizaremos una por una.

Primera parábola: La parábola del sembrador 

“He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno” (Mt 13:3-8)

El pueblo no entendió está parábola, pero como dice en el relato paralelo de Marcos 4:10: “Cuando estuvo sólo, los que estaban cerca de él con los doce le preguntaron sobre la parábola… El sembrador es el que siembra la palabra [Dios mediante los ministros]. La semilla es la palabra de Dios (Lc 8:11). Cuando alguno oye la palabra del reino [de Dios] y no la entiende, en seguida viene el malo [Satanás], y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino” (Mt 13:19; Mr 4:15). 

Esto describe a la persona que escucha el mensaje del reino de Dios, pero de inmediato algo impide que actúe al respecto. Es fácil presa del diablo que sutilmente lo convence de no hacer nada al respecto. Es el oidor olvidadizo. Puede suceder por flojera, por un comentario sarcástico de un amigo que “sabe” de esa iglesia o un cambio en las circunstancias que distrae a la persona. El punto es que, por algún motivo, la persona rechaza el llamado de Dios antes de que este pueda echar raíces. 

Veamos la segunda categoría de persona: “Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza [es decir, hasta aquí llega]” (Mt 13:20-21)

Los pedregales se refieren a la tierra con la piedra debajo, que era común en Israel. Explica Robertson: “En aquel país formado por rocas de limolita, la roca frecuentemente tiene delgadas capas de tierra encima”. En estas circunstancias, la semilla “brota pronto” (Mt 13:5) por el calor de la piedra debajo. Pero, como el suelo no es profundo, al buscar las raíces la vital humedad y nutrientes, sólo se topan con la dura roca, y pronto la planta muere de hambre y quemada por el sol. 

Las personas descritas aquí avanzan un poco más que los de la primera categoría. Su reacción inicial a la Palabra de Dios es de entusiasmo. “La reciben con gozo”. Aceptan la palabra de Dios y hasta pueden llegar a convertirse, pero, lamentablemente, su entusiasmo o primer amor no dura mucho tiempo. “Pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación [del término “rodillo”, para moler el grano] o la persecución por la palabra, luego tropiezan” (Mr 4:17). Estos “bebés en Cristo” no profundizaron su conversión ni su relación con Dios y su Palabra. Cuando llegó la prueba, no tuvieron fuerza para resistirla. No pudieron perseverar en la fe por las pruebas o el menosprecio de sus amigos o la familia. Tales personas sólo están dispuestas a obedecer a Dios mientras no le afecte su conveniencia personal. Están dispuestas a transigir con la Palabra de Dios con tal que tengan que sufrir algún tipo de situación adversa o que tengan que pasar por alguna prueba.

Los que son sembrados entre espinos son los que avanzan un poco más que los anteriores. Sus vidas comienzan a producir fruto espiritual y están obedeciendo a Dios. Pero tienen una grave falla en un momento de su vida cristiana, “los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa”. 

Vemos que sus vidas fueron una vez espiritualmente fructíferas. Pueden haber estado en la iglesia por algún tiempo, y hasta haberse convertido en “veteranos de la fe”. Pero, tarde o temprano, como los espinos, el materialismo o los vicios logran entrar y ahogar sus vidas espirituales. Pregunta Robertson: “¿Quién no ha visto plantas, flores o granos, que, acosados por espinos y malas hierbas, se debilitan y por fin mueren?” 

Quizás la falla viene por el afán de poner el éxito material en el mundo de los negocios por encima de lo espiritual. Puede ser el codiciar a otra mujer u hombre, o esclavizarse por el alcohol, las drogas o cualquier otra de este mundo y esta vida. Cualquier cosa que sea, desvía a la persona de su vida en Cristo, y ahoga la influencia del Espíritu Santo por lo cual deja de producir fruto espiritual. 

Finalmente, llegamos a la última categoría que todos deseamos ser parte. “Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia (Lc 8:15). Estas son las personas que se convierten y continúan creciendo en la fe. El fruto del Espíritu produce: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, y templanza” (Gl 5:22)

Habrán algunos que producirán fruto espiritual desde su conversión inicial hasta el término de su vida en proporción de “ciento, setenta, y treinta por uno”. El Señor Jesús explicó lo mismo en la parábola de las minas, donde uno produjo cinco veces y otro diez veces la mina o la porción dada del Espíritu Santo (Lc 19:11-20). Todo esto depende de nuestra cercanía al Señor, al hacer nuestra parte al orar y cumplir de corazón lo que él nos enseña en su Palabra. 

Al terminar esta parábola, debemos preguntarnos, “¿En qué categoría me encuentro, y en qué categoría quiero llegar a estar? Recordemos, nunca es demasiado tarde para hacer algo al respecto. 

Segunda parábola: El trigo y la cizaña 

“Les refirió otra parábola, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña. Vinieron entonces los siervos del padre de familia y le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña? Él les dijo: Un enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la arranquemos? Él les dijo: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recogeré el trigo en mi granero” (Mt 13:24-30)

De nuevo, el pueblo no entendió su significado, pero, “entonces, despedida la gente, entró Jesús en la casa; y acercándose a él sus discípulos, le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña del campo. Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo. El enemigo que la sembró es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los ángeles. De manera que como se arranca la cizaña, y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre”. 

La palabra “cizaña” viene del griego, zizanion, una planta en Israel semejante al trigo. Su nombre científico es lolium temulentum. “Crece hasta un metro de alto, como hojas similares a las del trigo, pero de espigas comprimidas. Debido a un hongo que crece dentro de la semilla de la cizaña, la harina de trigo que contiene cizaña es amarga y levemente venenosa. Por eso, la cizaña es una de las hierbas malas más dañinas” (Diccionario Bíblico, p. 120). Cuando crecen, hasta los agricultores no pueden distinguirlas del trigo y las raíces de ambas se entrelazan fácilmente bajo la tierra. Sólo al madurar se distinguen al tener la cizaña un grano negro. Recién entonces se puede separar el buen grano del malo. 

Así explicó Cristo el plan de Dios que permite a las personas conversas e inconversas vivir en la misma sociedad hasta la segunda venida. Entonces comenzará el juicio de la humanidad por las tres etapas que Dios ha establecido. Explica Pablo: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vueltos a la vida. Pero cada uno en su orden [de resurrección]: Cristo, la primicia; después los que son de Cristo, en su venida. Entonces vendrá el fin” [de ese período de la venida de Cristo, que dura 1000 años, Ap 20:4-6] (1 Co 15:22-24, NRV)

Por medio de estas etapas se estará separando “el grano bueno del malo”. Los incorregibles que no aceptan el camino de Dios, serán “echados en el fuego” (Mt 13:42) mientras que los justos “resplandecerán como el sol en el reino de su Padre”. Nótese que los injustos [la cizaña] son arrojados al fuego, lo que la Biblia llama “la segunda muerte (Ap 20:14-15). 

Tercera parábola: La semilla de mostaza 

“Otra parábola les refirió, diciendo: El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas” (Mt 13:31-32). 

La planta de mostaza, sinapi nigra, es de hojas grandes, flores amarillas y vainas pequeñas que contienen semillas aromáticas casi microscópicas. Al molerlas, con el aceite se hace la mostaza. ¡Esta planta llega a crecer hasta cuatro metros en una sola temporada! 

Esta parábola es difícil de interpretar porque el Señor mismo no la interpreta para nosotros. Es evidente, sin embargo, que contiene tanto una predicción como una advertencia.

La predicción

La preparación para el establecimiento del reino de Dios comenzaría de lo más pequeño, pero un día, llegará a llenar el mundo entero. 

La instauración del reino de los cielos comenzó con sólo unas pocas personas en el Antiguo Testamento como Abel, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, David y Daniel. Incluye también a mujeres como Sara, Rahab, Rut y Ester. Luego en el Nuevo Testamento, más personas son llamadas a integrarse al pueblo de Dios, y son los miembros de la Iglesia que se mantienen fieles hasta el fin. Este número crece o disminuye según las persecuciones y pruebas por dentro y por fuera que enfrenta la Iglesia. Pero las buenas noticias son que, eventualmente, todo el Israel de Dios [cada verdadero creyente en el Señor Jesús] llegará a reinar con él un día. Dios no quiere, “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P 3:9). Por eso es muy apropiada la analogía entre el reino de Dios y la semilla de mostaza. De esta semilla se produce una planta que es miles de veces más grande que su tamaño inicial—y así sucederá también con el reino de Dios.

La advertencia

En la naturaleza, la mostaza no es un árbol si no una hortaliza que no crece más allá de unos cuantos centímetros sobre la tierra. El hecho de que en la parábola crezca hasta convertirse en un árbol habla de un crecimiento anormal. Esta anormalidad es enfatizada por el Señor al agregar que de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas” (Mt 13:32). Las aves”, en la parábola del sembrador, representan agentes del maligno: o Satanás mismo. “Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón” (Mt 13:19). De tal manera que en esta parábola el Señor advierte que la cristiandad va a ser infiltrada por agentes satánicos que la corromperán desde adentro al encontrarse a gusto en el anormal crecimiento [prosperidad económica] que experimentará, sin duda, debido a la apostasía de los últimos días (Mt 24:12; 2 Tes 2:3; 1 Ti 4:1-3; 2 Ti 4:3-4; Ap 3:14-22). 

Cuarta parábola: La levadura 

“Otra parábola les dijo: El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado”. 

Esta parábola entrega el mismo principio que la anterior. La levadura es una sustancia que hace crecer la masa mediante una expansión química. La advertencia es que la  cristiandad de los últimos días crecerá desde adentro: pero debido a su apostasía. La predicción es que el conocimiento de Dios que pocos han aceptado ahora, un día se expandirá a toda la tierra. “Porque la tierra será llena del conocimiento del Eterno, como las aguas cubren el mar” (Is 11:9)

Quinta parábola: el tesoro escondido 

“Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo” (Mt 13:44)

En el mundo antiguo, la persona típica escondía en el suelo de su propiedad los bienes más valiosos. En Mateo 25:25 vemos al siervo que escondió el talento en la tierra, para que no fuese robado. En América Latina, los conquistadores también escondían los tesoros bajo tierra, y hasta hoy día se siguen descubriendo algunos de esos entierros. Según la ley rabínica, el que encontraba un tesoro y compraba el terreno podía quedarse con ambos.  

Este ejemplo describe a la persona que no está buscando el camino de Dios, pero, por alguna circunstancia, se “topa” con ella. Al descubrirla, inmediatamente se da cuenta del valor de ese llamamiento y toma los pasos necesarios para ser parte de ese camino, aunque tenga que sacrificar mucho de lo que tiene para obtenerlo. Compara la primogenitura del reino de Dios con el plato de lentejas de una vida normal sin el Espíritu de Dios. Escoge “primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mt 6:33), y acepta el alto sacrificio de pertenecer a Cristo. Esta es la primera forma de ser llamado por Dios: uno se “topa” con el camino de Dios. 

Sexta parábola: La perla de gran precio 

“También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mt 13:45-46). 

Comenta el Diccionario Bíblico: “Las perlas han sido siempre altamente apreciadas como adornos personales, y los antiguos les daban un lugar prominente entre las joyas preciosas… Pocas perlas son más grandes que el cuesco de una cereza; sin embargo, algunas han alcanzado el tamaño de una nuez, y una de ellas ha sido cotizada en US$350,000” (p. 506). 

Esta es la segunda forma de ser llamado por Dios—el buscador de verdades espirituales. De repente encuentra esa “aguja en el pajar” y acepta el llamado. En realidad, no importa cuál de las dos formas ha sido llamado uno al comienzo. Lo que importa es si persevera hasta el fin en la fe (Mt 24:13. 

Séptima parábola: La red de peces 

“Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla, y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera. Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego, allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mt 13:47-50)

Esta parábola es parecida a la del trigo y la cizaña, pero, como fue dirigida a los discípulos, se puede aplicar a las personas llamadas por el Señor. En la cristiandad hay justos e injustos (llamados falsos hermanos) pero el juicio será “al fin del siglo”, que comienza cuando Jesús comienza a preparar su retorno a la tierra (Ap 6:1:17). “El lloro y el crujir de dientes” expresa el dolor indecible y la desesperación que sentirán los incorregibles por quedar fuera del reino de los cielos y, luego del juicio condenatorio, tener que morir por segunda vez. 

Octava parábola: Tesoros nuevos y viejos 

“Jesús les dijo: ¿Habéis entendido todas estas cosas? Ellos respondieron: Sí, Señor. Él les dijo: “Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mt 13:51-52). 

El Señor Jesús quería asegurarse de que sus discípulos entendían estas verdades, pues les tocaría más tarde enseñarlas. Tenían que ser doctos o expertos en la Palabra de Dios, y transmitir fielmente los nuevos conceptos que Cristo agregaba a las Escrituras. Predicarían “cosas viejas”, es decir, provenientes del Antiguo Testamento, ¡y ellos se refirieron 850 veces al Antiguo Testamento! También predicarían “cosas nuevas” o las que el Señor Jesús nos entregan que “magnificaban la ley de Dios” (Is 42:21) en el Nuevo Testamento. Nosotros, al ser también sus discípulos, debemos aprender hacer lo mismo y ser “escribas doctos” de ambos Testamentos.






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