FIN DEL SERMÓN DEL MONTE
Con esta sección terminamos la exploración de las enseñanzas del Señor llamado el Sermón del Monte. Finaliza en el capítulo 7 de Mateo, donde Jesús sigue comparando las enseñanzas y actitudes de los fariseos con la manera correcta de aplicar la ley de Dios cuando el Espíritu Santo está en uno.
Respecto a condenar a los demás
Otro problema que tenían los fariseos era la forma que menospreciaban y condenaban a los demás al sentirse espiritualmente superiores. Por eso dice de ellos en Lucas 18:9 que “confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros”. Cristo advierte contra esta actitud: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgas, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mt 7:1-5).
Era tal el menosprecio que tenían los fariseos hacia los demás, que inclusive entre ellos no trataban con uno de nivel inferior. Dice Edersheim: “Sea que el fariseo fuera rígidamente severo, suavemente gentil o celosamente fervoroso, evitaría cuidadosamente todo contacto con uno que no perteneciera a la fraternidad, o incluso con aquellos que ocuparan en ella un grado inferior” (Usos y costumbres de los Judíos, p. 233).
Explica Robertson sobre el término “juzgar”: “Es krinete en el griego, y significa el hábito de criticar, de hacer juicios duros e injustos. Nuestra palabra “crítico” proviene de esta misma palabra. Quiere decir separar, distinguir, discriminar. Ello es necesario, pero cuando es acompañado por el prejuicio (o juzgar negativamente por adelantado), constituye una crítica injusta, capciosa”. Lucas aclara lo que significa “juzgar” aquí al decir: “No condenéis, y no seréis condenados” (Lc 6:37).
Cristo no está contra evaluar y analizar las cosas. Él mismo manda: “Juzgad con justo juicio” (Jn 7:24). Debemos condenar el pecado, pero no al pecador. Aunque no somos jueces, sí debemos examinar los frutos o acciones de otros, pero con misericordia. Jesús recién había dicho: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no… tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mt 6:15).
Pablo explica este principio de juzgar con compasión en Gálatas 6:1: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. Santiago añade: “Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad [la Palabra de Dios]. Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia [el juzgar así] triunfa sobre el juicio” (Stg 2:12-13).
Cristo también explica aquí que debemos enfocar la gran parte del juicio en nosotros mismos. Hay tanto que corregir todavía en nuestras vidas. Por eso, no debemos estar constantemente juzgando y condenando a los demás. Pablo explica que esto a veces sucede con las personas mayores que viven solas. Dice: “Y también aprenden a ser ociosas, andando de casa en casa; y no solamente ociosas, sino también chismosas y entremetidas, hablando lo que no debieran” (1 Ti 5:13). Es decir, hablando en contra de otros.
Jesús usa un ejemplo tomado de la carpintería que él conocía tan bien. Compara el tamaño de los problemas espirituales del otro como un poco de aserrín (karphos) que cae en el ojo ajeno, mientras que en comparación tenemos una viga (dokon) de problemas espirituales en nuestro propio ojo. Es el mismo principio que dijo antes de “Médico, cúrate a ti mismo primero”. Antes de ser un juez espiritual sobre otros, debemos ser primero un juez espiritual sobre nosotros mismos y nuestra familia.
Cristo termina este tema al advertir que, aunque no debemos condenar a las personas, sí debemos ser cuidadosos al juzgar el carácter e interés de otro antes de hablarle sobre las cosas de Dios. “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen” (Mt 7:6).
No echéis vuestras perlas delante de los cerdos
En la Biblia, el término “perro” o “cerdo” en forma figurada se refiere a una persona mundana e inconversa. Dice Filipenses 3:2 sobre las personas mundanas: “Guardaos de los perros, guardaos de los malos obreros”. Un dicho español dice: “El puerco nunca ve más arriba que la altura de su cabeza” [sólo le interesa las cosas mundanas]. A la vez, “las perlas” se refieren a las verdades santas de Dios. En griego “perla” es margarita, de donde proviene el nombre propio. Los cerdos pueden creer que las perlas son bellotas o guisantes comestibles hasta que se dan cuenta y se enfurecen. Dice Robertson: “Los jabalíes, (o cerdos salvajes), vivían cerca del valle del Jordán, y desgarraban con sus colmillos a los que los irritaban”. Igualmente, no debemos comunicar verdades espirituales a los que no les interesan.
La actitud con que debemos orar
La siguiente sección sobre la oración en Mateo 7:7-11 se entiende mejor con lo que Lucas ha agregado al respecto: “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar” (Lc 11:1). Luego de explicarle sobre las cosas por las que debemos orar, el Señor explica la actitud con que debemos orar.
“Les dijo también: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante; y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos? Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad [significa “incomodidad causada por una solicitud inoportuna”, en el griego, anaidia, o desvergüenza] se levantará y le dará todo lo que necesite” (Lc 11:5-8).
Menciona un comentario: “Aparentemente, el hombre acostado es pobre y toda su familia duerme junto a él en una cama. A pesar de que era su amigo, al levantarse molestaría a todos los que estaban con él. Sin embargo, su amigo insistió, pues la hospitalidad en ese entonces era un deber sagrado. Y aunque no prevaleció por la amistad, sí por su importunidad. La lección es clara. No debemos orar como si fuera un mero rito, sino que debemos mostrar persistencia si no recibimos la respuesta en forma inmediata. Aunque Dios esté deseoso de ayudarnos, quiere que le mostremos un esfuerzo sincero y constante, indicativo de una fe fuerte. La oración tibia y pasajera no indica una fe perseverante” (Comentario sobre Lucas, p. 195). Más tarde Cristo recalcó el punto con la parábola “sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar” (Lc 18:1).
Jesús sigue con el tema: “Y yo os digo: Pedid [con esa persistencia y fe], y se os dará; buscad [la respuesta], y hallaréis; llamad [el acceso a Dios], y se le abrirá. ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan [a Dios le pedimos el pan espiritual], le dará una piedra [una maldición]?... Pues si vosotros, siendo malos [al tener una naturaleza humana carnal] sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan [en oración]?” (Lc 11:9-13).
Explica el mismo comentario: “Jesús no está hablando de pedir una sola vez, sino de perseverar. Es importante que uno haga su parte al pedir con fe y persistencia. A la vez, esto no quiere decir que siempre recibiremos lo que queremos, puesto que, el recibir un “no” es una respuesta tan definitiva como el “sí”. Explica que la oración genuina será escuchada y contestada de la mejor manera según la voluntad de Dios”.
La regla de oro
Todas estas enseñanzas son muy distintas a las fariseas, y Cristo explica cuál es el principio supremo que rige nuestras relaciones con nuestro prójimo: “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mt 7:12).
Este es el gran principio detrás de los últimos seis mandamientos, que rigen nuestra relación con el prójimo. Por eso Jesucristo dijo que este enfoque abarcaba toda “la ley y los profetas”, o el Antiguo Testamento.
Hasta los rabinos entendían algo de esto. El Talmud cuenta: “Un gentil vino al rabino Hillel y le dijo: “Estoy listo para convertirme en un prosélito judío si puedes enseñarme toda la Ley mientras que esté parado sobre un pie.” Hillel le respondió: “Lo que es odioso para ti, no lo hagas al otro. Esto es toda la Ley —lo demás es simplemente un comentario de esto. Ve y aprende”. Desde luego que esta es la regla de oro, pero expresada en forma negativa. Jesús fue mucho más allá y la expresó en forma positiva. El principio es que debemos siempre ponernos en el lugar de la otra persona cuando tratamos un asunto y preguntarnos: “¿Así es cómo me gustaría ser tratado? Todos somos iguales ante Dios, y debemos ser con todos como quisiéramos que ellos fueran con nosotros. Es el principio en Levítico 19:18: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Cristo así resume las relaciones humanas.
Ahora dice: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt 7:13-14).
Cristo sabe que su Camino es más difícil que el de los fariseos, que sólo tenían que guardar las apariencias externas. Sin embargo, el Camino de Cristo se basa en la sinceridad y el verdadero respeto por las leyes de Dios. No es una “actuación” para ser visto por otros. Menciona un comentario: “Vivir sin respetar la ley puede parecer más atractivo que la exigencia que hace Jesús [de guardar fielmente la ley de Dios]. Pero el camino ancho lleva a la muerte y condenación, mientras que el de Cristo a la vida eterna. Jesús se dirige a las personas que han escuchado sus enseñanzas y deben escoger entre los dos caminos” (Comentario Evangélico). No muchas personas escogen el camino angosto y poco frecuentado, (stenochoria en el griego), un desfiladero entre elevadas peñas, que involucra pasar por aprietos y aflicciones. Sin embargo, el camino ancho, dice Robertson: “Es el camino que se encuentra en cada ciudad y pueblo, con las deslumbrantes luces que seducen hacia la destrucción”. Es el camino que permite quebrantar las leyes de Dios. ¿Quiénes enseñan ese camino ancho?
Cristo explica: “Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mt 7:15-19). Esto se refiere a las personas que “pretenden” ser convertidas, y fingen ser parte de la congregación por motivos sinceros, pero que en realidad buscan posición, importancia o lucro. No les ha ocurrido un cambio de corazón, sino sólo de aspecto. Pastores en los campos siempre se maravillan de la habilidad que tienen los lobos de simular los movimientos y manerismos de las ovejas para entrar en medio del rebaño. Al matar una oveja, logran despellejarla y cubrirse con la piel para acercarse a los demás. Dice Robertson: “En apariencia externa parecen ovejas por la piel de oveja que llevan encima, pero por dentro son ‘lobos rapaces’ ansiosos de poder, lucro, fama. Es una tragedia que tales personas, hombres y mujeres, reaparezcan a través de los siglos y que siempre hallen víctimas. Los lobos (falsos maestros) son más peligrosos que los perros y los cerdos (los inconversos)”.
Añade Phillip Keller: “Inevitablemente, en la naturaleza de los asuntos humanos aparecen aquellos que pretenden ser genuinos, pero no lo son. Los antiguos profetas de Israel clamaron vez tras vez contra aquellos que se presentaban como pastores del pueblo de Dios, pero que en vez de ello, sólo pillaban las ovejas para satisfacer sus propios fines egoístas. La misma situación prevaleció en el tiempo de Jesús. Los que se presentaban como autoridades y protectores del pueblo, los sacerdotes, los fariseos, los escribas y los saduceos, no eran sino groseros oportunistas que saqueaban al pueblo y abusaban de él. Sólo el lucro ilegal que obtenían en el negocio del templo de Jerusalén excedía al equivalente de 35 millones de dólares por año. La mayor parte de esto iba a llenar los bolsillos y las manos de los opresores. Poco nos extraña que Cristo pasara por el templo trastornando todo, y limpiándolo de las falsas actividades, y diciendo: ‘Mi casa es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (El Buen Pastor y sus Ovejas, p. 122).
¿Cuál es el engaño más grande de estos lobos vestidos de ovejas? Es atacar la ley de Dios al reclamar que ha sido abolida y que ahora tenemos “libertad” para desobedecerla (que en realidad es libertinaje). Judas advirtió a los hermanos de este engaño: “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente [como lobos vestidos de ovejas], los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos [quebrantadores de la ley de Dios], que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios” (Jud 1:4).
Cristo dijo que los podríamos identificar, no tanto por sus palabras engañosas, como por sus acciones. Enseñan que han sido abolidos los mandamientos espirituales de Dios. Juan explicó al respecto: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado” (1 Jn 2:4-5). En esencia, esto es lo que Cristo explica: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor [se creen cristianos], ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt 7:21-23).
Esto se refiere al cristianismo falso que Cristo sabía iba a ser popular y tener muchos adeptos. Comenta una fuente: “Maldad: del griego anomía, significa ‘ilegalidad’ o ‘falta de conformidad con la ley’. Los hacedores de maldad están fuera de la ley moral (espiritual) de Dios porque han rehusado conformar sus vidas con el modelo perfecto expuesto en ella del reino de Dios: ‘el pecado es infracción de la ley [anomía]’ (1 Jn 3:4). En el monte de los Olivos, Cristo dijo que en los últimos días se multiplicaría la maldad [anomía] (Mt 24:12), y pocas décadas más tarde Pablo observó que el ‘misterio de la iniquidad [anomía]’ ya estaba ‘en acción’ (2 Ts 2:7). Estos que le dirán ‘Señor’ a Cristo en el día del gran juicio final, lo harán como supuestos cristianos. Mientras vivían, han pretendido ser sus seguidores, pero han sido juzgados y hallados faltos. Ellos le dicen: ‘Ciertamente, hemos predicado en tu nombre, ¿verdad?’ Pero han olvidado que el culto externo dedicado a Dios, que se basa en la tradición humana y no bíblica, no tiene valor. Aunque echaron demonios en el nombre de Jesús e hicieron milagros, las Escrituras muestran claramente que la realización de milagros no es en sí una prueba convincente de que está obrando el poder de Dios y no el del diablo. Quienes profesan ser profetas han de ser probados por su vida conforme a la obediencia a la ley espiritual de Dios, ‘por sus frutos’, y no por sus pretendidos milagros. Cristo les dice ‘Nunca os conocí, apartaos de mí’ y esta es la evidencia de que sus enseñanzas no habían sido pronunciadas en armonía con la voluntad de Dios y que los milagros no habían sido realizados mediante el poder divino” (Comentario Bíblico, p. 349).
El Señor concluye el Sermón del Monte con estas palabras: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca [petra]. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Mt 7:24-29).
La roca es la Palabra de Dios, incluyendo estas enseñanzas del Señor Jesucristo. En Israel, los valles eran secos en el verano, y podían edificar allí una casa sin cimientos, pero cuando llegaba el invierno y las grandes lluvias, éstas se llevaban todo lo que no estaba asegurado sobre una roca.
¿Por qué los escribas no hablaban con autoridad? Explica Robertson: “Los escribas citaban a los rabinos anteriores a ellos y tenían miedo de expresar una idea sin apoyarla en algún predecesor. Pero Jesús hablaba con la autoridad de la Verdad y el poder del Espíritu Santo.