FIN DEL MINISTERIO DE JUAN. Y LA MUJER SAMARITANA
La conversación que Cristo tuvo con Nicodemo es muy importante, pues le reveló la esencia del evangelio, o el mensaje de Dios: Uno debe nacer del espíritu (nacer de nuevo) para entrar en el reino de los cielos. Tal como hemos nacido en forma física como seres humanos, debemos nacer en forma espiritual para ser seres espirituales un día.
Juan quedó tan impresionado con esta gran verdad que la repetiría en sus epístolas. De vez en cuando Juan añade sus comentarios para destacar estos principios espirituales que debemos aprender. Dice un escritor: “Todos los eruditos están de acuerdo que en el evangelio de Juan aparecen sus comentarios de principios espirituales” (Leon Morris, p. 228).
Al hacer milagros, Jesús despierta la envidia de los fariseos y sacerdotes y debe salir de Jerusalén, pues aún no había llegado “su hora” de ser arrestado. Viajó al norte donde estaba Juan el Bautista. “Después de esto, vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea, y estuvo allí con ellos, y bautizaba. Juan bautizaba también en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas aguas; y venían, y eran bautizados. Porque Juan no había sido aún encarcelado. Entonces hubo discusión entre los discípulos de Juan y los judíos acerca de la purificación” (Jn 3:22-24).
La controversia sobre la purificación estaba relacionada con el bautismo. Señala un autor: “Se trataba del tema del bautismo. Como Juan y Jesús eran los únicos maestros que bautizaban a judíos, fácilmente se podrían suscitar discusiones entre los discípulos de Juan y aquellos judíos que se negaban a someterse al rito” (Comentario Exegético del N.T, p. 181).
Mientras tanto, el ministerio de Juan pronto llegaría a su fin al ser encarcelado y poco después, ejecutado. Le toca ahora a Jesús seguir con la obra de Juan al bautizar a los que se arrepienten y están dispuestos a aceptarlo como el Mesías. Jesús tenía más seguidores que Juan el Bautista al venir de Dios, tener el Espíritu Santo sin medida y al obrar milagros.
“Y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él. Respondió Juan y dijo: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismo me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Jn 3:26-30).
Juan el Bautista fue humilde hasta el fin. No dejó que cierta envidia de sus discípulos invadiera su corazón. Aceptó mansamente el final de su ministerio. Lo comparó con la ceremonia del matrimonio, donde el mejor amigo del novio cumple la función de hacer todos los arreglos para la boda. Es quien presenta a la novia al novio. Aunque el mejor amigo tenía una importante función, no era el centro de la atención. Una vez que presentaba a la novia (que en este caso sería la futura Iglesia), tenía que hacerse a un lado para que el novio tomara el lugar dado por Dios. Así se sentía Juan el Bautista en su constante humildad.
Ahora el apóstol Juan añade esta reflexión: “El que de arriba viene, es sobre todos [Jesús es mayor que Juan el Bautista]; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos. Y lo que vio y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio [en términos generales]. El que recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz. Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida. El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano” (Jn 3:31-35).
Cristo tiene esa autoridad porque vino del cielo y tiene el Espíritu Santo sin medida. Aclara El Comentario Exegético: “Aquí nuevamente se traza la línea de distinción más clara entre Cristo y todos los maestros humanos inspirados. Ellos tienen el Espíritu Santo en grado limitado, mas Dios no le da a Jesús el Espíritu por medida. Esto significa que Cristo tiene la unción divina sin medida, y que ese amor entre el Padre y el Hijo muestra un continuo flujo y reflujo del poder vivo entre ellos” p. 182). Recordemos que el Señor Jesús podía caminar sobre el agua (Mt 14:25), y mandar a millares de ángeles a hacer su voluntad (Mt 26:53).
Al tener tantos discípulos, Jesús despertó las sospechas y envidias de los fariseos. Ahora no sólo estaban preocupados por Juan el Bautista sino por Jesús. “Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos), salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea. Y le era necesario pasar por Samaria” (Jn 4:1-4).
Lo que más temían los fariseos era la popularidad de Juan y Jesús, y que perdieran el poder religioso y político que ostentaban. Josefo escribe sobre la popularidad de Juan el Bautista: “Era un hombre bueno que mandó a los judíos a ser virtuosos hacia Dios y hacia cada uno al bautizarse… Fue muy popular con el pueblo hasta el punto de que despertó las sospechas de Herodes [Antipas]. Por fin Herodes temió tanto la gran influencia que tenía Juan sobre las personas, pues parecía que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa que él decía, y sospechando que los incitara a rebelarse, lo arrestó y finalmente lo ejecutó”.
Mientras que Juan terminaba su ministerio, Jesús comenzaba el suyo. También ordena a sus discípulos a bautizar a las personas, pero él mismo no bautizaba. La razón parece ser la misma que dio Pablo. Le dijo a los corintios: “Doy gracias a Dios de que a ninguno de vosotros he bautizado, sino a Crispo y a Gayo, para que ninguno diga que fuisteis bautizados en mi nombre” (1 Co 1:14-15). El problema que a veces surge entre personas inmaduras es que tienden a enfocarse en quién los bautiza y no con quiénes hace el pacto del bautismo: con Jesucristo y Dios Padre. Por eso normalmente los altos líderes de la iglesia no bautizan a personas para que no se jacten de quién los bautizó. ¡Imagínate ser bautizado por el mismo Señor Jesucristo! Sería fácil compararse con los otros hermanos y sentirse superior. También puede suceder lo mismo al ser ordenado y enfocarse en quién lo ordena a uno y no en cumplir bien nuestra función. Al no poner a Cristo y su Iglesia primero a veces ocurren divisiones al seguir a un hombre que tiene un alto rango en la Iglesia pero que dejó el camino de Dios (Hch 20:29-31).
Por eso, Jesús, al ver que los fariseos lo estaban acechando, prefirió alejarse de Judea hasta que llegara “su hora”. Todo estaba programado desde el cielo respecto a cuándo Jesús sería entregado. Las profecías en Daniel mencionan que el Mesías sería “cortado” luego de un ministerio de 3 ½ años (Dn 9:26-27).
Son en estos momentos que Juan el Bautista es arrestado por Herodes Antipas: “Entonces Herodes el tetrarca [a cargo de una cuarta parte del reino], siendo reprendido por Juan a causa de Herodías, mujer de Felipe su hermano, y de todas las maldades que Herodes había hecho, sobre todas ellas, añadió además esta: encerró a Juan en la cárcel” (Lc 3:19-20).
Comenta Unger: “Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande y de una mujer samaritana llamada Maltace, o sea que no judío de nacimiento, era tetrarca de Galilea y Perea. Se hizo odioso a sus súbditos judíos por su casamiento incestuoso con su sobrina Herodías, que había sido esposa de su medio hermano Herodes Filipo. Esta maldad fue denunciada por Juan el Bautista, lo que provocó su decapitación” (p. 486).
Ahora quedaba activo sólo el ministerio de Jesús. El viaje más directo entre Jerusalén y Galilea era por Samaria y duraba tres días. Al evitar el territorio samaritano tomaba un día más y Jesús resolvió tomar la ruta directa. “Vino, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto a la heredad que Jacob dio a su hijo José [Gn 33:19]. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta [mediodía]” (Jn 4:5-6).
Respecto al pozo de Jacob, aún existe hoy día. Comenta Halley: “El pozo tiene 30m. de profundidad por 3 de diámetro [uno de los más profundos encontrados en Israel]. Es uno de los pocos lugares en donde puede identificarse con toda exactitud un sitio relacionado con la historia de Jesús” (p. 479). Otro autor agrega: “La parte superior del pozo está hecha de ladrillo… el agua es fría y refrescante” (Dic. Bib. p. 787).
Pronto llegó una mujer samaritana para recoger agua. Respecto a los samaritanos, Halley comenta: “Los samaritanos eran colonos de una raza extranjera [mayormente de Babilonia], llevados allí por los asirios unos 700 años antes (2 R 17:6-29; Esd 4:1-10). Habían aceptado los primeros cinco libros de la Biblia, y habían adoptado en parte la religión judaica. Esperaban que el Mesías hiciera su sede de gobierno en Samaria y no en Jerusalén” (p. 479).
Los samaritanos comían los alimentos bíblicos y sacrifican animales en el Monte Gerizim, tal como los judíos lo hacían en Jerusalén. Todavía existen unos 400 de ellos en Israel. Había una intensa rivalidad entre ellos, y los rabinos los odiaban. Los samaritanos habían mostrado ser muy traicioneros. Josefo dice que cuando a los judíos les iba bien, los samaritanos reclamaban ser parientes de ellos, pero cuando la suerte era adversa a los judíos, se unían felizmente a sus enemigos. Los rabinos consideraban que era una ofensa hablar con ellos, y que las mujeres samaritanas eran inmundas.
Continuamos el relato: “Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: Dame de beber. Pues sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer. La mujer samaritana le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva… La mujer le dijo: Señor, dame esta agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla. Jesús le dijo: Ve, llama a tu marido, y ven acá. Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad. Le dijo la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta” (Jn 4:7-19).
Tal como Jesús le ofreció a Nicodemo la oportunidad de nacer de nuevo y recibir el Espíritu Santo para entrar en el reino de Dios, ahora le ofrece lo mismo a la mujer samaritana, pues Dios no hace acepción de personas. Le dio la oportunidad de arrepentirse y de recibir esas aguas vivas, que son un símbolo del Espíritu Santo. Más tarde Jesús explicó: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado” (Jn 7:37-39).
La mujer, al ser sorprendida en su pecado de convivir con un hombre, de inmediato cambia el tema a una antigua controversia que tenían los samaritanos y judíos. “Nuestros padres adoraron en este monte [Gerizim], y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Jn 4:10-23).
Cristo aclara que la religión samaritana es falsa y que la verdadera viene de los judíos, es decir, del pueblo de Dios en ese entonces. Jesús sabía que pronto, con su sacrificio y al recibir los miembros el Espíritu Santo, ya no se adoraría a Dios sólo en un lugar en particular. Jesús añade: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Jn 4:24). Ahora en vez de Dios estar en un Templo, estaría dentro de los miembros por medio del Espíritu Santo. Dice Pablo: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Co 6:19-20).
La samaritana quedó muy impresionada por las palabras del Señor Jesús, y llamó a otros de su ciudad a venir. Mientras tanto llegaron los discípulos de vuelta. “En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella?” (Jn 4:27). En ese entonces había un mandato rabínico que decía: “Que nadie hable con una mujer en la calle, ni siquiera si fuera su propia esposa”. Pero Jesucristo no aceptaba ninguno de estos “mandamientos de hombres” (Mr 7:7-9). El evangelio, o las buenas noticias de cómo entrar en el reino de Dios, está disponible a todos. Al llegar muchos samaritanos por medio del testimonio de la mujer, Cristo les dice a sus discípulos: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega… Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedase con ellos; y se quedó allí dos días. Y creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo” (Jn 4:35-42). ¡Cuán grande era el contraste entre Jesucristo y los demás maestros de ese entonces! Los rabinos decían de los samaritanos: “No tendrán parte en la Resurrección, están excomulgados y bajo maldición en el sagrado nombre de Dios”. Sin embargo, Cristo los recibió con amor y cordialidad, y por ese trato con todos, los fariseos no lo perdonaban. La “semilla” que Jesús plantó luego sería cosechada según Hechos 8.
De allí, Jesús viajó a su región de Galilea. “Vino, pues, Jesús a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Y había en Capernaum un oficial del rey, cuyo hijo estaba enfermo. Este, cuando oyó que Jesús había llegado de Judea a Galilea, vino a él y le rogó que descendiese y sanase a su hijo, que estaba a punto de morir. Entonces Jesús le dijo: Si no viereis señales y prodigios, no creeréis. El oficial del rey le dijo: Señor, desciende antes que mi hijo muera. Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Cuando ya él descendía, sus siervos salieron a recibirle, y le dieron nuevas, diciendo: Tu hijo vive. Entonces él les preguntó a qué hora había comenzado a estar mejor. Y le dijeron: Ayer a las siete le dejó la fiebre. El padre entonces entendió que aquella era la hora en que Jesús le había dicho: Tu hijo vive; y creyó él con toda su casa. Esta es la segunda señal que hizo Jesús, cuando fue de Judea a Galilea” (Jn 4:46-54).
De nuevo vemos que Juan está sistemáticamente mostrando a Jesús como Dios en la carne. Vino para hacer posible la entrada al reino de Dios por medio de un nacimiento del Espíritu. Tenía la autoridad al venir del cielo y al recibir los poderes divinos de Dios el Padre.
Algunos preguntan cómo pudo Juan recordar tan minuciosamente los diálogos de Jesús. Hay tres factores que lo hacen posible:
1. Al ser testigos oculares. En la gran mayoría de los casos, Juan estaba allí mismo. Las palabras eran impactantes, aunque no entendían bien qué significaban hasta más tarde. Juan testificó: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestra manos tocante al Verbo de vida… y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)” (1 Jn 1:1-3).
2. Al recibir la ayuda del Espíritu Santo. Cristo les dijo: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14:26). Recibirían ayuda divina para no olvidar nada que Dios deseaba que fuera parte de las Escrituras.
3. Por la forma que los discípulos en ese entonces aprendían de un maestro. Comenta Leon Morris: “Hoy día creemos que para aprender algo bien se requiere anotar todo en cuadernos. Sin embargo, esto no era el caso en el primer siglo. En ese entonces, verificar algo en un libro era señal de no conocer bien el tema. Los rabinos decían: El estudiante ideal es quien memoriza todo sin olvidar una sola letra. Esta fue también la manera que aprendieron los discípulos de Jesús. Estaban acostumbrados a recitar los discursos escuchados hasta memorizarlos y años más tarde, se podían repetir sin una falla.
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LA MUJER SAMARITANA: UNA MUJER DE TESTIMONIO PODEROSO