Recordemos que fue Juan, al ser el último apóstol vivo, quien añadió lo que le faltaba a los otros evangelios, más que nada los discursos que escuchó personalmente.
Un poco antes de la multiplicación de los panes, Juan explica que Jesús asistió a una fiesta judía: “Después de estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén” (Jn 5:1). El comentarista F. F. Bruce aclara por qué Juan dice “de los judíos”. “Juan añade aquí, como en otras partes, ‘de los judíos’ para que sus lectores gentiles entendieran de qué fiestas se trataban” (Comentario de Juan, p. 299). El relato continúa: “Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, [casa de misericordia] el cual tiene cinco pórticos” (Jn 5:2).
Respecto a este estanque, Unger explica: “Es probable que sea el estanque descubierto en 1888 en el barrio Bezeta, cerca de la torre Antonia y la puerta de las Ovejas. Tiene un pórtico de cinco arcos con frescos desdibujados del Cristo sanando” (p. 560). En este lugar, “yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento de agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo aquel día. Entonces los judíos dijeron a aquel que había sido sanado: Es día de reposo; no te es lícito llevar tu lecho… El hombre dio aviso a los judíos, que Jesús era el que le había sanado… por esto los judíos aún más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn 5:3-18). Otra vez Jesús entra en conflicto con las leyes rabínicas al sanar un enfermo el sábado. Explica Archer: “Las enseñanzas de Jesús tenían el fin de corregir las interpretaciones erróneas de los rabinos sobre la Torá, pues eran en realidad maneras sutiles de evadir la verdadera intención de la ley de Dios” (p. 312).
Repasemos algunas de estas leyes rabínicas acerca del sábado que no son bíblicas. “Los rabinos”, dice el Talmud, dijeron que el sábado es igual en importancia a todos los otros mandamientos y observar el sábado equivale a observar toda la Torá [los primeros 5 libros de la Biblia]. La profanación del sábado es como negar toda la Torá”. Para estos fariseos fanáticos, sería menos grave asesinar a una persona que quebrantar el sábado. La última de las 39 leyes rabínicas sobre el sábado dice: “Está prohibido en el sábado cargar adrede un objeto más de cuatro codos [dos metros] de distancia de un lugar público a una casa privada, y el culpable de esto es digno de muerte por apedreamiento”. Se basaban en Nehemías 13:15: “En aquellos días vi en Judá a algunos que pisaban en lagares en el día de reposo, y que acarreaban haces, y cargaban asnos con vino, y los amonesté acerca del día en que vendían las provisiones”. Barclay explica: “En Nehemías 13:15 está prohibido llevar cargas para comercializar. Pero los rabinos en los días de Jesús consideraban que un hombre pecaba si llevaba hasta un alfiler en su manto y debatían si era lícito ponerse una dentadura postiza o una pata de palo en el sábado. Todos estos detalles eran cuestión de vida o muerte para ellos y es claro que, al cargar su camilla, este hombre era culpable de quebrantar la ley rabínica, y podía significarle morir apedreado”.
Cristo dio 4 razones por las que sanaba en el día sábado:
1. “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. Es decir, la obra de Dios de hacer misericordia y amar incluía sanar a los enfermos en el sábado y no dejarlos sufrir un día más. Dios contesta las oraciones todos los días.
2. La segunda razón es por la relación íntima que tenía con Dios Padre. Dice: “No puede el Hijo hacer nada por él mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace” (Jn 5:19-20). El Señor sabía perfectamente cómo guardar el sábado, pues trabaja en la misma obra del Padre, contestando oraciones. Él mismo les dio el Mandamiento del Padre sobre el sábado (Éx 20:8-10) y por eso tenía autoridad para ser el “Señor” o el “Administrador” del sábado (Mr 2:28).
3. Jesús tenía derecho de sanar y dar vida en el sábado, al ser el Salvador y también el Juez de la humanidad. “Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida. Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió” (Jn 5:21-23). Bruce explica: “Esto era algo nuevo para los judíos. Los rabinos creían que era Dios [Padre] quien juzgaría al mundo, pero Jesús les revela que el Padre los juzgará por medio del Hijo (Hch 17:31). Le ha dado este papel para asegurar que la humanidad le entregue al Hijo el mismo honor que a sí mismo. De ese modo, Cristo explica su divinidad”.
4. Cristo es quién los resucitará, y por eso tiene toda autoridad como Juez y Dador de vida. “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre” (Jn 5:24-27). Cristo se identifica como ese “Hijo de Hombre” de Daniel 7:13-14: “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”. Los que oyen son los de la Primera resurrección.
¿Cómo se llevará a cabo esta resurrección? Cristo explica: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Jn 5:28-29). Nótese que hay aquí dos resurrecciones—una para vida, la otra, separada, para condenación (la segunda muerte).
Cristo sigue: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre. Si yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Otro es el que da testimonio acerca de mí, y sé que el testimonio que da de mí es verdadero” (Jn 5:30-31). ¿Cómo podían estar seguros de que Jesús era el Mesías? Ahora Cristo entrega cinco “testimonios” para comprobar lo que ha afirmado. Tiene:
1. El testimonio de Juan. “Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él dio testimonio de la verdad”.
2. El testimonio de sus obras. “Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado”.
3. El testimonio del Padre. “También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto, ni tenéis su palabra morando en vosotros; porque a quien él envió, vosotros no creéis”. Otra vez Jesús revela que al que escucharon dar los Diez Mandamientos, y con quien Moisés habló no era Dios el Padre, sino el Verbo, quien llegó a ser Cristo.
4. El testimonio de las Escrituras. “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida”.
La palabra “escudriñad” en griego es eraunao, y “denota el trabajo del minero que cava y revuelve la tierra buscando con diligencia el metal precioso, ocupado en una obra que requiere paciencia. Las Escrituras, son ricas en contenido e inagotables, como las entrañas de la tierra. Y por lo mismo, sin duda, Dios ha dispuesto que en algunas partes fuesen profundas y de difícil penetración. Por otra parte, el fruto de la paciencia es deleitoso y cuanta más paciencia se emplee para encontrar un tesoro, tanto más se aprecia y tanta más delicia produce, como los Bereos, que ‘recibieron la Palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras” (Hch 17:11)” (E. Lund, Hermeneútica Introducción Bíblica, p. 18).
5. El testimonio de Moisés. “No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis palabras?”
Sigue el relato, “Después de esto, Jesús fue al otro lado del mar de Galilea” (Jn 6:1). Es aquí donde alimenta a los 5.000 hombres y esa noche camina sobre el agua (Jn 6:2-24). La multitud vio cómo sus discípulos salieron en la barca, y que Jesús subió al monte. Lo esperaron en la mañana, pero se dieron cuenta de que no estaba. Regresaron a Capernaúm, y sorprendidos, lo encontraron allí en la sinagoga. “Y hallándole al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá? Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis” (Jn 6:25-26).
Cristo reprochó la actitud egoísta del pueblo, que sólo querían comer más comida milagrosa y hacerlo rey para que con sus poderes milagrosos encabezara una guerra para expulsar a los odiados romanos de Israel.
Pacientemente, les explica que todos los milagros que han visto son para que lo acepten como el Mesías, y que puedan seguir sus enseñanzas. Les dice en qué deben enfocar: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre. Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado. Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer” (Jn 6:27-31).
La multitud había comido en forma milagrosa, pero si Jesús declaraba ser más que Moisés, entonces debía hacer descender el maná del cielo como Moisés. Los rabinos enseñaban que cuando llegara el Mesías, él haría descender maná del cielo. Jesús debía ahora hacerlo.
Cristo corrige estas ideas equivocadas:
1. “No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo”. Deben darle gloria a Dios Padre por el maná y no a Moisés.
2. “Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo [Jesús vale mucho más que el maná]. Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. Este mensaje es parecido al que le dio a Nicodemo y a la mujer samaritana en Juan 3-4. Pero ellos pensaban en lo físico, mientras que Cristo lo aplica de manera espiritual, para que entendieran lo espiritual.
3. “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero”.
Los judíos no podían creer que Jesús había descendido del cielo. Preguntaron: “¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido?”
Cristo ahora explica los requisitos para creer en él.
1. Ser llamado por Dios. “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero”.
2. Tener la humildad para ser enseñado por Dios. “Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios [hablando de Cristo]”.
3. Creer, que significa entregarse totalmente en fe a Dios. “El que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron maná en el desierto y murieron.
4. Aceptar el sacrificio de Cristo por los pecados. “Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Yo soy el pan vivo… si alguno comiere de este pan, [de la Pascua] vivirá para siempre [es decir, estará en la primera resurrección]; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.
Los judíos quedaron más confundidos que nunca. Primero dice que era mayor que Moisés, que era ese “Hijo del Hombre” y que descendió del cielo, y ahora qué deben comer su carne y beber su sangre. Ellos estaban tomando todo esto literalmente, pues pensaban en lo físico y no en lo espiritual.
“Entonces los judíos contendían entre sí, ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros… Como me envió el Padre viviente y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Estas cosas dijo en la sinagoga...” (Jn 6:52-59).
Es significativo que Jesús les dijo estas cosas al estar “cerca la pascua” (Jn 6:4). Les estaba explicando lo que significaba esa Pascua que tomarían, como dijo Juan el Bautista: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). Cristo sabía que pronto tendría que morir por los pecados del mundo, y quien aceptaba ese sacrificio recibiría el perdón, podría ser llamado hijo de Dios, Cristo viviría en él, y resucitaría para vivir eternamente en el reino de Dios en el día postrero.
A pesar de las muchas señales, “Al oírlas [estas cosas], muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra [era inaceptable]... Cristo dijo: El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar. Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre. Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Jn 6:60-66).
Cristo tenía que darles la verdad, aunque fuera para ellos difícil de aceptar. Tenía esos cinco testimonios de que venía del cielo para traer la salvación al hombre. Sabía que Dios no llamaría a la mayoría, pero sus palabras servirían para los que Dios llamara. Estos se prepararían para el reino, y para la Primera Resurrección.
“Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro; Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Jn 6:67-70).
Pedro sabía que no tenía a dónde ir para recibir estas palabras de vida. Todo creyente es exhortado a no apartarse de la Palabra del Señor, pues puede perder toda la herencia que tanto se ha esforzado para obtener. A pesar de esta fe de Pedro, Cristo sabía que había un traidor hasta entre los doce. “Jesús les respondió: “¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es el diablo? Hablaba de Judas Iscariote, hijo de Simón porque éste era el que le iba a entregar, y era uno de los doce” (Jn 6:71-72).
Judas fue el único entre los doce que no era galileo, y Juan dice que “era ladrón, y teniendo la bolsa [de la tesorería] sustraía de lo que se echaba en ella” (Jn 12:6). También era avaro y codicioso al querer saber cuánto le pagarían los líderes judíos por traicionar a su Maestro.