(La vestimenta fue un recurso útil para remarcar la superficialidad de los fariseos)
Luego de entregar las bienaventuranzas, el Señor ahora procede a explicar cuál es su relación con la ley de Dios. Algunos podían pensar que sus nuevas enseñanzas iban en contra de la Ley o que la eliminaban. Cristo quería dejar en claro que no vino para abolirla sino al contrario, para magnificarla (Is 42:20).
Explicó: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mt 5:17). El Comentario del Conocimiento Bíblico menciona: “Esta sección presenta el meollo del mensaje de Jesús. Explica su relación con la ley de Dios. No está presentando un sistema que rivaliza con la ley de Moisés y las palabras de los Profetas (‘la Ley y los Profetas’ se refiere a todo el Antiguo Testamento), sino que cumple con su verdadera intención. Esto claramente va en contra de las tradiciones de los fariseos”.
A.T. Robertson, experto en el griego, menciona: “El verbo “abrogar” significa “deshacer”, como desarmar una carpa o demoler una casa (2 Co 5:1). “Cumplir” es “llenar hasta el tope”. McNeile dice: ‘Jesús vino a llenar hasta el tope la ley; a revelar sus intenciones más profundas”.
Cristo explica lo que quería decir: “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”. El mismo comentario anterior dice: “Cristo cumpliría con la ley hasta en sus puntos más pequeños. La jota es la letra más pequeña del alfabeto hebreo (‘) y suena como la “i”. La tilde (⋅) es el punto que se usa dentro de una letra para pronunciarla distinta. Eran importantes porque las letras hacen las palabras, y aun el cambio más pequeño en una letra puede modificar el significado de la palabra. Jesús dijo que vino para cumplir la ley en forma perfecta y para cumplir con las profecías hasta sus últimos detalles”.
Para ilustrar lo importante que era respetar toda la ley de Dios, Cristo agregó: “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños [los puntos menores de la Ley], y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos” (Mt 5:19).
Algunos se pueden preguntar, “¿Cómo puede alguien que no enseña todos los mandamientos entrar en el reino de Dios, aunque sea llamado pequeño o insignificante? La respuesta es que tenemos en esta frase un hebraísmo.
Explica E. Lund: “En la Biblia ocurren muchas expresiones peculiares del idioma hebreo, llamadas hebraísmos… por el cual se expresan a veces las comparaciones y preferencias entre dos personas o cosas” (Hermenéutica-Introducción Bíblica, pp. 33, 34). En Mateo 5:19 se comparan dos clases de personas, una que cumple con lo establecido y la otra que no. Una es exaltada, la otra es rebajada. En otras palabras, en el reino de Dios uno será engrandecido pero el otro, al resucitar en ese tiempo para ser juzgado, será menospreciado y condenado.
Cristo ahora resume esta sección explicando su propósito: está contrastando sus enseñanzas, inspiradas por Dios el Padre, con las falsas enseñanzas de los fariseos. Dijo: “Porque os digo que, si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 5:20). Cristo aclaró que la justicia enseñada al pueblo por los escribas y los fariseos era deficiente. En cambio, la justicia que él enseñaba no sólo incluía lo externo de la ley, sino lo interno, al tener fe en la Palabra de Dios. Jesús rechazó las tradiciones y prácticas de los fariseos que ahora va a contrastar con su enseñanza.
Para poder entender este contraste plenamente, hay que saber cuál era la justicia farisea. Detengámonos unos momentos para examinar cómo era la vida y las enseñanzas de estos fariseos que Cristo repudiaba, aunque eran muy escrupulosos en su religión.
Explica Alfred Edersheim, que fue un estudioso judío convertido al cristianismo: “Hubiera sido difícil ir lejos tanto por Galilea como por Judea sin entrar en contacto con un peculiar y notable tipo de persona, diferente de todos los que le rodeaban, y que al instante llamaría la atención. Era el fariseo. Halagado o temido, evitado o adulado, considerado con reverencia o ridiculizado, era influyente en todas partes, tanto religiosa como políticamente. Pertenecía a la fraternidad más poderosa, celosa y cerrada que había. En su afán por alcanzar sus objetivos, no escatimaban ni tiempo ni esfuerzo.
“Mientras caminaba, lo más probable era que pronto se detuviera para pronunciar sus oraciones prescritas. Si había llegado la hora fijada para ellas, se detendría en medio del camino, recitaría quizá una sección de las oraciones, se adelantaría, recitaría otra sección, y así, hasta que no hubiese duda de su devoción en el mercado o en las esquinas de las calles. Allí se quedaría de pie, como le enseñaba la ley tradicional, pondría los pies bien juntos, arreglaría su cuerpo y vestimenta, y se inclinaría para orar ‘hasta que cada vértebra de su espalda quedara separada’ (Talmud, Ber. 28b). Al verlo, el obrero dejaría caer sus herramientas, el mozo soltaría la cuerda su carga; si alguien tenía ya un pie en el estribo, lo sacaría. Había llegado la hora, y no se podía dejar que nada lo interrumpiera o perturbara. La misma salutación de un rey, se afirmaba, debía quedar sin respuesta; incluso si una serpiente se enroscara alrededor del talón, no se debía prestar atención a ello. Al entrar en un pueblo, y al dejarlo, debía pronunciar al menos una o dos bendiciones; lo mismo al pasar por una fortificación, al afrontar cualquier cosa nueva, extraña, hermosa o inesperada. Y cuanto más tiempo orara, tanto mejor. En opinión de los rabinos, esto tenía una doble ventaja porque, ‘la mucha oración será seguramente oída’, y ‘la oración prolija prolonga la vida’. Se consideraba que un centenar de bendiciones pronunciadas en un día era una muestra de gran piedad.
“Pero, al ver a un fariseo cara a cara, menos se podía dudar de su identidad. Su porte de autosatisfacción, o su aparente modestia lo traicionaría además de su manera de evitar todo contacto con personas o cosas que consideraba impuras. Había varios grados entre ellos, desde el más humilde fariseo hasta el más avanzado, llamado chasid o ‘purista’. Este último, por ejemplo, cada día presentaba una ofrenda por la culpa, en caso de que hubiera cometido alguna ofensa de la que tuviera dudas. Llegaban a grandes extremos en la observancia de las leyes sobre la pureza levítica. Un chasid fue hasta tal punto en su celo en la observancia del sábado que no quiso reconstruir su casa porque había pensado acerca de ello en sábado. Era también considerado impropio entre algunos confiar una carta a un gentil, ¡por si acaso fuera a entregarla en un día sábado! Otro chasid ¡rehusó salvar a una mujer que se estaba ahogando por miedo de tocarla, y otro tuvo que esperar para quitarse las filacterias de sus brazos antes de extender su mano para rescatar a un niño que se ahogaba!
“Así, el fariseo evitaba cuidadosamente todo contacto con uno que no perteneciera a su fraternidad, o incluso con aquellos que ocupaban un grado inferior. Sería también reconocido por sus vestimentas, porque, en palabras de nuestro Señor, los fariseos ‘ensanchaban sus filacterias’ y ‘alargaban los flecos de sus mantos’.
Con respecto a las filacterias, eran unas pequeñas cajas que contenían escritos en pergamino de cuatro pasajes de la Escritura: Éxodo 13:1-10; Éxodo 13:11-16; Deuteronomio 6:4-9 y Deuteronomio 11:13-21. Las cajas eran atadas con correas de cuero negro alrededor del brazo, la mano y en la frente. Su portador no podía pasar desapercibido. Pero con respecto a su valor e importancia a los ojos de los rabinos, sería imposible exagerarlos. Eran tan reverenciados como las Escrituras. La observancia surgió de una interpretación literal de Éxodo 13:9 que no está justificada ni es su verdadera intención. Pero las tradiciones rabínicas llegaron al punto de sacrilegio al considerar que Dios mismo llevaba filacterias.
“Lo anterior puede ser útil para comprender cómo un sistema así podía dejar de lado el sentido claro de las Escrituras y aferrarse a estas interpretaciones absurdas de los hombres. Decían los rabinos: ‘Es más digno de castigo actuar en contra de las palabras de los escribas que en contra de las mismas Escrituras. Por eso viene la acusación de nuestro Señor en contra de los fariseos (Marcos 7:13) de que ‘anulaban la Palabra de Dios’ con su ‘tradición’” (Edersheim, Usos y Costumbres de los Judíos, pp. 227-236).
Contraste con las tradiciones fariseas
Con estos antecedentes estamos preparados para entender de qué se trata la siguiente sección tan importante donde Cristo contrasta la forma en que enseñaban los fariseos la ley con lo que dice la Palabra de Dios en toda su dimensión espiritual. También esta sección deshace todos los argumentos protestantes y católicos contra obedecer literalmente la ley de Dios.
Jesús explicó: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio” (Mateo 5:21). La Biblia de Jerusalén explica el término “Oísteis”: “[Se trata] de la enseñanza tradicional, dada oralmente sobre todo en las sinagogas”. Otra autoridad comenta: “Con estas palabras Jesús quería contrastar lo dicho por los fariseos con lo escrito, que era la verdadera intención de la ley de Dios. De esta manera aclara por qué la justicia de los fariseos no era suficiente para entrar en el reino de Dios” (Comentario del Conocimiento Bíblico).
“Por lo tanto, Cristo no estaba hablando contra Moisés, sino contra ‘lo dicho por los antiguos’, que era la manera bien conocida en ese entonces para referirse a las tradiciones rabínicas (en contraste con algo escrito en la Biblia. El Señor Jesús siempre decía: ‘Escrito está’). Cristo rechazó a los que estaban repudiando con sus tradiciones a la ley de Moisés, no a Moisés mismo. Él desenmascaró a estos comentaristas fraudulentos de Moisés, y así restauró a Moisés a su sitial original y puro” (La Enciclopedia General Internacional de la Biblia, Tomo 3, p. 87).
Ahora Jesús dará seis ejemplos de cómo los fariseos interpretaban la ley sólo en su forma externa, y no interna. “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo [en contraste con los fariseos] que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante” (Mt 5:21-26).
Explica un comentario: “El primer ejemplo de Jesús tiene que ver con el sexto mandamiento. Los fariseos enseñaban que matar era asesinar a otra persona. Pero el Señor dijo que el mandamiento abarcaba no sólo el mismo acto sino también la actitud interna detrás del hecho. Desde luego que es incorrecto matar, pero la ira que lo produce es tan mala como clavar el cuchillo. Además, al enfurecerse y tratar a otro como ‘idiota’ muestra lo pecaminoso que es su corazón. Una persona así es obviamente un pecador y se está dirigiendo al lago de fuego (‘infierno’ es ‘Gehenna’ o el valle de Hinom al sur de Jerusalén donde un fuego continuo consumía la basura. Llegó a ser un símbolo del futuro lago de fuego).
“Tales actitudes descontroladas deben ser corregidas. Se debe llegar a la reconciliación entre los hermanos, no importando quién toma el primer paso, el que ofende o el ofendido. Sin esa reconciliación, todas las ofrendas ante Dios no tienen valor” (Comentario del Conocimiento Bíblico).
El segundo ejemplo que Cristo usa es sobre el séptimo mandamiento. “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti… Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y que no todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mt 5:27-30).
“De nuevo los fariseos sólo enseñaban sobre el acto externo. Dijeron que la única manera de cometer adulterio era por la unión sexual. Citaban correctamente el mandamiento, pero no captaban su intención. El adulterio comienza dentro del corazón (al codiciar, que es contra el décimo mandamiento) y luego sigue el acto. El deseo lujurioso en el corazón es tan equivocado como el hecho, al indicar que no estamos correctamente relacionados con Dios. Al resistir estas tentaciones, Cristo no abogó por mutilarnos, pues un hombre ciego puede codiciar tanto como uno vidente, y un manco puede pecar con la otra mano. Jesús estaba hablando de sacar la causa interna del pecado. Solo al cambiar el corazón podemos escaparnos del lago de fuego” (Comentario del Conocimiento Bíblico).
El tercer ejemplo que Jesús dio fue sobre el divorcio. “También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio” (Mt 5:31-32).
Otra vez el mismo comentario dice: “Entre los líderes de los fariseos había dos escuelas de pensamiento sobre el divorcio. Los que seguían al rabino Hillel decían que era permitido al marido divorciarse de su esposa por cualquier motivo [hasta por quemar el pan]. La otra escuela del rabino Shamai decía que sólo se podía por una ofensa mayor [como el adulterio]. Jesús enseñó que no se debía divorciar salvo por fornicación (en griego, porneia). Se entiende esto como: 1. el acto de adulterio; 2. cuando la mujer no era virgen al pretender serlo; 3. incesto; 4. promiscuidad reiterada” (Idem).
El cuarto ejemplo que usó Cristo tiene que ver con los juramentos: “Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo… ni por tu cabeza… Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mt 5:33-37).
“Los fariseos eran famosos por hacer juramentos al menor pretexto. Sin embargo, los condicionaban al jurar por otra cosa que Dios. Así, si no lo cumplían podían alegar que no lo hicieron en nombre de Dios. Pero Jesús dijo que no era necesario hacer juramentos. El hecho de necesitar juramentos mostraba la infidelidad del corazón humano… El sí debe siempre ser sí, y el no, no. Santiago elabora esto en Santiago 5:12” (Idem).
El quinto ejemplo que usó Jesús tiene que ver con lo que llaman la ley talión. “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte en pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa...” (Mt 5:38-40).
Esta ley fue dada para proteger al inocente y asegurar que la represalia no fuera mayor que el daño. Cristo dijo que no era necesario aprovecharse de estos derechos para exigir siempre lo justo. Se debe tomar en cuenta la actitud de dar, de ir más allá de lo esperado. Si alguien te golpea, no te da derecho de golpearlo de vuelta. Los romanos a veces exigían que uno caminara hasta una milla para hacerles un servicio, pero en vez de hacerlo de malas ganas, Jesús dijo que deberían hacerlo de buen gusto.
El último ejemplo que Jesús dio era algo distinto a lo que los fariseos enseñaban. “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos… orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que hace salir el sol sobre malos y buenos… Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?... Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mt 5:43-48).
Los fariseos enseñaban que deberíamos amar a nuestros amigos, pero aborrecer a los enemigos de Israel. Pensaban que esa era la voluntad de Dios, pero Jesús aclaró que Dios ama hasta a sus enemigos y que debemos desarrollar ese tipo de carácter. Al finalizar, él mostró cuál era la verdadera pauta para la justicia: Dios mismo. Ser “perfectos”, viene del griego teleioi (meta o madurez espiritual) y se usa para comparar la perfección relativa de la madurez entre los adultos y los niños.