VISITA DE GABRIEL A ZACARÍAS Y A MARÍA

 

En los dos últimos capítulos del Antiguo Testamento Dios promete enviar a un mensajero que prepararía el camino para la llegada del Mesías. Dice en Malaquías 3:1: “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí, y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis”. Luego termina Malaquías así: “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (Mal 4:5-6).

Pues ahora en el Nuevo Testamento, Dios continúa el relato de Malaquías y muestra cómo se cumplió la primera etapa de esa profecía al nacer Juan el Bautista, el mensajero profetizado. Se encuentra este mensaje en Lucas. Luego de explicar el propósito de su historia a Teófilo, un creyente adinerado, Lucas narra el nacimiento de ese “Elías” prometido, Juan el Bautista. Es la continuación natural del final del Antiguo Testamento que termina con Malaquías.

Trasladémonos al escenario donde se abre el telón histórico del Nuevo Testamento: al mismo Templo de Dios que Malaquías conoció y en el cual profetizó sobre la venida de ese “Elías” y del Mesías. Lucas ahora muestra que se cumple esa primera etapa de la profecía alrededor del año 5 a.C. cuando Juan el Bautista es concebido. Unos años atrás, el rey Herodes había remodelado y ampliado este templo hasta que se convirtió en una de las maravillas del mundo antiguo. Imaginémonos un momento ese escenario y presenciemos el momento cuando Dios anuncia la venida de ese “Elías” y luego del Mesías.

Estamos frente al Templo a la hora de ofrecer el incienso sagrado. Unos 80 sacerdotes están a la espera y una gran multitud los acompaña. Los sacerdotes están ansiosos por ver a quién le tocará ese gran honor en este día. Por la cantidad de ellos, algunos podrían servir toda su vida sin ser elegidos. Uno de los que había esperado unos 20 años sin ser escogido era Zacarías. Ahora Dios enfoca su atención en él para cumplir las profecías hechas en Malaquías.

Lucas comienza: “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada” (Lc 1:5-7).

Esta anciana pareja que se dedicaba fielmente a Dios casi había perdido toda esperanza de tener un hijo que continuará su estirpe y llenara sus últimos años de alegría. El relato es parecido a las condiciones de Ana, la madre del sacerdote y profeta Samuel (1 S 1). De hecho, cuando Elisabet por fin tuvo su hijo, usó algunas de las mismas alabanzas que Ana pronunció para agradecerle a Dios.

Por cuatrocientos años no habían surgido más profetas, no habían habido milagros ni se había añadido nada a la Palabra de Dios, pero ahora comienza el Espíritu de Dios a actuar de nuevo en esta humilde pareja de descendientes del sacerdote Aarón.

Lucas narra: “Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase, conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor. Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso” (Lc 1:8-10).

Respecto a estos sacerdotes, según el historiador Josefo había unos 800 sacerdotes en cada una de las 24 órdenes sacerdotales, o unos 20,000 en total. Ellos oficiaban dos semanas cada año en dos diferentes ciclos de seis meses, además de ayudar durante las Fiestas Santas. En esas dos semanas del orden de Abías, se ofrecía el incienso dentro del templo en la mañana y en la tarde. Esto significa que cada año les tocaba a 28 sacerdotes de los 80 que venían cada día por turnos. Para que la mayoría pudiese hacerlo alguna vez en la vida, sólo se permitía hacerlo una sola vez, pero, aun así, había muchos sacerdotes que jamás les tocaría. Para ser equitativos y no favorecer a nadie, se echaba las suertes para ver a quién le tocaba.

¿Cómo se llevaba a cabo el echar las suertes? Explica el Diccionario Ilustrado de la Biblia: “El modo más común de echar suertes era emplear piedrecitas, una de las cuales iba marcada” (p. 633). En este día especial le tocó a Zacarías, y fue el momento esperado de su ministerio. Ahora debía escoger a dos de sus amigos sacerdotes más íntimos para ayudarlo. Uno entraría primero y removería los restos del incienso quemado. El otro prepararía el altar con las nuevas brasas para encender el incienso.

Zacarías conocía íntimamente las instrucciones de Dios al respecto: “Toma… incienso puro… y lo pondrás delante del testimonio en el tabernáculo de reunión, donde yo me mostraré a ti. Os será cosa santísima… Y Aarón quemará incienso… cada mañana cuando aliste las lámparas lo quemará. Y… al anochecer, quemará el incienso; rito perpetuo delante de Jehová por vuestras generaciones” (Éx 30:7-8; Éx30:34-36).

Las grandes puertas del Templo de Dios se abrieron y Zacarías entró sólo. En medio de la semi-oscuridad que el candelabro de siete lámparas iluminaba, se dirigió al altar de incienso en frente del velo que ocultaba el Lugar Santísimo. Preparó el incienso en el altar, se aseguró que había prendido bien y que la nube aromática ascendía e impregnaba el lugar con una grata fragancia. Luego hizo una oración ante Dios donde incluyó su falta de un hijo. Al terminar, abrió los ojos y comenzó a alejarse. Sin embargo, de reojo vio algo que le causó espanto. ¡Había otra persona en el lugar santo! ¿Quién se había atrevido a cometer este sacrilegio que era penado con la muerte según la ley de Dios?

Antes de gritar por ayuda para arrestar a tal intruso, escuchó la voz autoritaria de ese visitante que rompe el silencio de 400 años al hablar de parte de Dios. Dice Lucas: “Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso. Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor. Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará luz un hijo, y llamarás su nombre Juan [que significa “don de gracia divina”]. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc 1:11-17).

Luego de más de 400 años, Dios cumple esta primera etapa de la promesa hecha en Malaquías. Aquí explica que no es Elías mismo el que viene, sino uno con el poder y la actitud de Elías

Tal como Elías, Juan viviría en forma aislada del mundo. Tendría la misma valentía ante los gobernantes que mostró Elías. Mientras que Elías enfrentó a Acab y a Jezabel, Juan el Bautista enfrentaría a Herodes Antipas y Herodías y le costaría la vida. Como Elías, Juan enseñaría a los padres a obedecer las leyes de Dios y a la vez, a que los hijos fueran instruidos por esos padres.

Por otra parte, Juan el Bautista estaría consagrado desde su nacimiento con el voto nazareo al no tomar vino ni sidra. Sería uno de las dos personas que explícitamente dice Dios que tendrían el Espíritu Santo desde su nacimiento: Jeremías (Jer 1:5) y Juan el Bautista.

Al escuchar estas palabras del ángel, Zacarías dudó, no creyó y pidió un milagro para asegurarlo. “Dijo Zacarías al ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada”. El problema principal es que ya existía la señal--¡la presencia de un ángel con este mensaje de Dios! Por eso, a pesar de que era amado por Dios, Zacarías pagaría con un castigo su falta de fe.

“Respondiendo el ángel, le dijo: Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y he sido enviado a hablarte, y darte estas buenas nuevas. Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo” (Lc 1:19-20).

Luego desaparece Gabriel y Zacarías sale del Templo. Las multitudes estaban inquietas por la demora, pues se consideraba una afrenta ante Dios el quedarse mucho tiempo dentro del Templo. “Y el pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba de que él se demorase en el santuario. Pero cuando salió, no les podía hablar; y comprendieron que había visto visión en el santuario. Él les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y cumplidos los días de su ministerio, se fue a su casa” (Lc 1:21-23).

Imaginémonos la frustración de Zacarías al intentar explicarle a su esposa este mensaje tan esperanzador. Por su falta de fe tenía que hacer todo por señas o escribir lo que quería decir en una tablilla de cera. Le costaría a Elisabet creer el mensaje también, pero todo se cumpliría al pie de la letra. Sigue el relato: “Después de aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses, diciendo: Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres”.

Ahora nos trasladamos un poco al norte de Israel, a unos kilómetros al oeste del Lago de Galilea. Por segunda vez en pocos meses, Dios va a intervenir en los asuntos humanos en forma poderosa. Esta vez sería en una joven parienta de Elisabet que recibiría la visita del ángel Gabriel. Dice: “Al sexto mes [del embarazo de Elisabet] el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres” (Lc 1:26-28).

Tal como Dios había escogido a una humilde esposa de un sacerdote para traer a su profeta Juan, ahora escoge a otra humilde joven para traer al Salvador del mundo. La elección de la joven estaría limitada según las profecías a ser descendiente de Abraham y de David. María no sólo era descendiente de Abraham y de David, sino también de Aarón. Tenía sangre real y sacerdotal. Según la profecía de Daniel 9 era el momento preciso para traer al Mesías al mundo. María probablemente tenía menos de 20 años y reunía todas las condiciones, pero sólo sería el medio por el cual Dios traería al Mesías al mundo. El ángel no dice que es bendita porque era sobredotada de espiritualidad, sino porque fue escogida entre las demás candidatas para cumplir ese papel. Nótese que la narración resalta la vida normal que tenía María.

“Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta [no creía que era tan espiritual]. Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lc 1:29-33). El énfasis no es tanto en María como en el Señor Jesús.

Continuamos: “Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”. Se puede ver aquí cuándo es llamado el Verbo “el Hijo de Dios”. No fue antes de su nacimiento a través del Espíritu Santo, sino después. 

A propósito, esta es una buena prueba de que el Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad. Según el relato inspirado, el Espíritu Santo es el Padre del Señor Jesús, y no Dios el Padre. Pero aquí se llama al Señor Jesús el Hijo de Dios, no del Espíritu Santo. Por lo tanto, el Espíritu es Dios TAMBIÉN.

Sigue el ángel Gabriel: “Y he aquí tu parienta [significa pariente cercano como prima o tía] Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; porque nada hay imposible para Dios. Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia”.

No era fácil para María dar su consentimiento. Pensemos en los murmullos que suscitaría entre el pueblo; una novia desposada pero aún no casada que quedaba embarazada. Podría ser culpada de cometer fornicación y violar el Séptimo Mandamiento. A pesar de todas las dificultades que produciría este embarazo, María consintió en ello. Ella podía haberlo rechazado, pues Dios no la estaba obligando. Pero como otros personajes fieles a Dios, cuando Dios le pidió algo, dijo simplemente: “He aquí la sierva del Señor”. Feliz con las noticias de que su anciana parienta por fin tendría un hijo, María inmediatamente fue a visitarla.

“En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías, y saludó a Elisabet. Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo, y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mí Señor venga a mí? Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor” (Lc 1:39-45). Es increíble pensar que estas dos criaturas dentro de los vientres de estas parientas estarían cumpliendo la primera etapa de las profecías del Antiguo Testamento. Los dos se juntarían alrededor de los 30 años y comenzarían algo que 2000 años más tarde todavía conmueve al mundo entero.

María, al escuchar a Elisabet, da gracias a Dios por el honor inmerecido que ha recibido y habla de este futuro hijo que también sería su Salvador y el perdonador de sus pecados. Dice: “Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador [María necesitaba a un Salvador como todos nosotros]. Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre, y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre. Y se quedó María con ella como tres meses; después se volvió a su casa” (Lc 1:46-56).

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SUCEDEN COSAS IMPOSIBLES—La Historia de Zacarías y Elisabet 






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