LA PREEXISTENCIA DEL VERBO DE DIOS
En Juan 1:1 se encuentra el verdadero inicio de la historia bíblica. Sólo Dios y el Verbo nos lo pueden contar, pues son los únicos que existen en ese momento. Inspiran a Juan a escribir: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios” (Jn 1:1-2). Verbo (logos, lit. palabra) también significa portavoz, vocero o el que ejecuta las cosas.
Cuando dice “era el Verbo”, esta voz en griego indica una existencia continua en el pasado. El Verbo y Dios Padre no tienen principio de días y son eternos. No existió “nada” antes que ellos, pues si así fuera, entonces ese “algo” sería superior a ellos, pues los tendría que haber creado. Pero Dios y el Verbo declaran que no ha existido nada antes que ellos y hay que tener fe en esa declaración, como dice Isaías 44:6, “Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios ”.
Juan revela aún más: “Y el Verbo era con Dios”. La preposición “con” (pros en el griego) significa una comunión, o una comunicación familiar entre personas. Explica un comentarista: “La palabra pros indica una relación de comunión entre el Verbo y Dios el Padre” (Nuevo Comentario Bíblico, p. 930). De modo que no sólo existen el Verbo y Dios el Padre (identificado así en Jn 1:18), sino que gozan de una relación estrecha entre sí. Juan explica esa relación en Juan 1:18: “...el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”.
El estar “en [eis, significa recostado] el seno del Padre” es una bella metáfora que simboliza una íntima relación de amistad y amor. Juan explicó su relación con Cristo en forma parecida, aunque muy inferior al del Verbo y el Padre. “Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús… él entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo...” (Jn 13:23,25).
Esto nos indica que Dios el Padre y el Señor Jesús siempre han gozado de una íntima comunión entre ellos. Se aman y se aprecian más allá de lo imaginable. Juan, que era el amigo íntimo del Señor Jesús, escribió más que cualquier otro sobre esa relación cariñosa entre el Verbo y Dios el Padre. Cristo dijo: “El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano” y también, “Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Jn 3:35; Jn 17:5). Explica un erudito: “Antes de que el mundo existiera, Cristo tenía esa alegría infinita y gloria con Dios el Padre, y no era menos el deleite que tenía el Padre hacia el Verbo” (Comentario de Matthew Henry).
El amor es la característica principal del Padre y el Hijo; tienen un amor sincero, puro e intenso entre ellos. Por eso Juan explicó: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Jn 4:7-8).
Hay quienes creen descubrir algo más en este pasaje: la ausencia de una tercera persona. Puesto que estamos en la sección donde Dios y el Verbo explican con más claridad que en cualquier otra parte lo que son y la relación que tienen, no revelan que tienen comunión con una tercera persona. Basados en este pasaje se quiere descartar la doctrina de la Trinidad. Quienes así opinan dicen que es inconcebible que si el Espíritu Santo fuera la tercera persona en la Trinidad lo hubiesen dejado de lado en esta descripción básica del amor y comunicación entre ellos.
“El Verbo coexistía con el Padre, y era una persona distinta del Padre, pero era de la misma sustancia, pues también era Dios” (Comentario de Matthew Henry).
¿Por qué no se menciona la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo aquí? Tal vez la respuesta más obvia es que todavía no aparece en escena en el relato de Juan, y eso es todo. Más adelante veremos que es el Señor Jesús quien habla del Espíritu Santo y nos revela que es igual a él, tal como él y el Padre son uno.
El hecho de que el Espíritu Santo es Dios, se ve claramente en muchas partes de las Escrituras, incluyendo Hechos 5:3-4. En este pasaje Pedro confronta a Ananías por haber mentido al Espíritu Santo, y le dice: “ Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios”. Esto es una evidente declaración de que mentir al Espíritu Santo es mentir a Dios. También podemos saber que el Espíritu Santo es Dios, porque Él posee los atributos o características de Dios. Por ejemplo, Su omnipresencia se ve en Salmos 139:7-8 “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás”.
Luego, en 1 Corintios 2:10-11 vemos la característica de la omnisciencia del Espíritu Santo. “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aún lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”.
Sabemos que el Espíritu Santo es en verdad la tercera Persona divina, porque Él posee una mente, emociones y una voluntad. El Espíritu Santo piensa y conoce (1 Co 2:10). El Espíritu Santo puede ser contristado (Ef 4:30) El Espíritu intercede por nosotros (Ro 8:26-27). El Espíritu Santo toma decisiones de acuerdo a su voluntad (1 Co 12:7-11). El Espíritu Santo es Dios, la tercera Persona de la Trinidad. Como Dios, el Espíritu Santo puede funcionar verdaderamente como Consejero y Consolador, tal como lo prometió el Señor Jesús más adelante (Jn 14:16, 26; 15:26).
¿Qué es lo siguiente que Dios revela por medio de Juan? Algo igual de impresionante: “Todas las cosas por él [el Verbo] fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Jn 1:3).
El Verbo llevó a cabo las instrucciones de Dios Padre y por su palabra se creó el universo. Se debe tener fe para creer en esto. “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (He 11:3). Explica un comentario: “¿Por qué existe algo en vez de nada? Esa es la gran interrogante de la filosofía. La respuesta bíblica es que Dios creó ese algo. Es eterno y es el creador de todas las cosas. Y el Verbo fue el agente de la Creación (1 Co 8:6; Col 1:16; He 1:2)” (Conocimiento Bíblico).
De este modo, en los primeros tres versículos hemos ido atrás en la eternidad cuando sólo existían el Verbo, el Padre y el Espíritu Santo (aunque aquí no se mencione), luego llegamos hasta la creación de los ángeles y el universo. Es aquí cuando sabemos que el universo surgió en un instante, cuando el Verbo ejecutó las órdenes. Dice la Biblia: “Dios… nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (He 1:1-2). Otra escritura explica al respecto: “Tema a Jehová toda la tierra; teman delante de él todos los habitantes del mundo. Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Salmos 33:8-9).
“En él [el Verbo] estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (Jn 1:4-5). Este Verbo vino a la tierra y trajo la luz de la verdad al mundo. Pero el mundo, bajo la influencia de “los gobernadores de las tinieblas de este siglo” (Ef 6:12), lo rechazó y finalmente, le dio muerte. “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn 3:19).
El primero que dio testimonio de esa luz fue Juan el Bautista. “Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo [al pueblo judío] vino, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1:6-11). Aquí vemos la reacción generalmente adversa que hubo cuando el Verbo estuvo entre los hombres. Sin embargo, algunos sí aceptaron la luz y siguieron al Señor Jesús. ¿Cuál es el resultado de seguirlo?
“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad [derecho] de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn 1:12-13). Este es un proceso que comienza al creer en el Señor Jesús y se recibe el Espíritu Santo, pero sólo culmina al entrar en el Reino de Dios físicamente, como seres glorificados. Repetiremos el proceso que inició Cristo, el Verbo, al estar en la carne y luego resucitar con un cuerpo espiritual, por eso se llama “el primogénito de entre los muertos” (Col 1:18).
Este proceso consiste en dos etapas como vemos en 1 Juan 3:1-2: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él [Cristo, el Verbo] se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”. Así, tenemos que pasar por dos etapas como hijos de Dios. Una inicial, cuando recibimos el Espíritu Santo dentro de nosotros, y la segunda, cuando seremos glorificados por el mismo Espíritu Santo de Dios. Juan cubrirá este tema a través de todo su Evangelio.
Ahora sigue explicando lo que vino el Verbo a hacer: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque era primero que yo. Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero [no existe esta palabra en el griego] la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn 1:14-17).
Aquí es importante aclarar que el Verbo fue hecho carne, que técnicamente se llama la “encarnación”. No se debe confundir con una “reencarnación” que es la creencia hindú de que, al morir, un ser humano vuelve a vivir pero “en la carne” de otro ser o criatura.
Dice que “habitó entre nosotros”, y el término “habitó”, skenu, significa instalar un tabernáculo. Vino del cielo, estableció su morada entre nosotros, y volvió al cielo. Es también una referencia al Tabernáculo en el Antiguo Testamento, donde moraba la gloria de Dios. Pues, ahora, esa gloria no estaba oculta dentro de un Tabernáculo, sino que vino a habitar en la carne y estuvo entre nosotros. El Verbo que le dio la ley a Moisés y ahora nos entrega directamente su ley de verdad y su gracia. Nótese que en el griego no aparece la palabra “pero”, y en vez debe leerse: “Pues la ley por medio de Moisés fue dada, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo”. Es decir, no se oponen, sino se complementan. Explica un comentarista: “Es concebible que la ley dada por medio de Moisés se debe entender como gracia también, a lo que ahora se añade la gracia y la verdad” (Comentario Harper).
Moisés hizo su parte, pero ahora es el Verbo que va más allá y entrega la verdad en forma directa. “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn 1:18). Moisés sólo logró ver la espalda del Verbo cuando estuvo en la cumbre del Monte Sinaí, pero ahora es ese Verbo, que conoce íntimamente al Padre, quien baja del cielo para estar con los hombres, dar su ejemplo perfecto de cómo vivir y revelar por primera vez quién es el Padre, y quién es el Hijo.
Cuando dice que nadie ha visto a Dios, como se ve por el contexto, se refiere a Dios el Padre, quien el Hijo ahora va a revelar. En el Antiguo Testamento no se entendía bien esta verdad, pues no era el momento para revelarla. Sólo cuando bajó el Verbo del cielo se pudo conocer a ciencia cierta. Esto explica el enigmático término “Elohim”, que se refiere a Dios pero que está en el plural y significa, “los poderes que son”. Cuando crearon al hombre y la mujer, dijeron: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. También en Daniel se ve que hay dos seres divinos: “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre [el Verbo], que vino hasta el Anciano de días [Dios el Padre]... Y [al Verbo] le fue dado dominio, gloria y reino… y su reino… no será destruido” (Dn 7:13-14).
El pueblo judío rechazó esa revelación del Señor Jesús de que Dios es Trino. Irónicamente, insistían que sólo existía el Verbo, y no querían aceptar a Dios el Padre, al que “nadie le vio jamás”. Esteban fue apedreado más que nada por revelar que al Padre y al Hijo en el cielo. “Pero Esteban… dijo: “He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él… y apedreaban a Esteban...” (Hch 7:55-59).
Aunque el mundo desconoce esta preciosa verdad de lo que es Dios, nosotros sí la sabemos. Nuestra meta es un día poder gozar eternamente de esa íntima relación con Dios el Verbo y Dios el Padre ( 1 Jn 3:1-2 y Ap 22:1-5). Esto significará para nosotros estar también recostados “en el seno” del Verbo y Dios el Padre.