ENTRE LOS TESTAMENTOS—Los 400 años entre Malaquías y el Mesías

Por 1000 años el pueblo de Dios se había acostumbrado a recibir su Palabra. Desde los tiempos de Moisés, alrededor del año 1400 a.C. Dios había comenzado a entregar en forma escrita su voluntad. Anteriormente, había sencillamente hablado con los patriarcas para transmitirles sus leyes y órdenes. Desde luego que ellos habían mantenido algún tipo de registro de ello, pero no en la forma sistemática y directa que lo hizo Dios con Moisés. 

Le dijo Dios a Moisés: “Escribe esto para memoria en un libro… Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo… Entonces el Eterno dijo a Moisés: Sube a mí al monte, y espera allá, y te daré tablas de piedra, y la ley, y mandamientos que he escrito para enseñarles” (Ex 17:14; Ex 24:7-12). 

A medida que pasaron los años, entre 1400 y 400 a.C., secciones enteras de la Biblia fueron añadidas hasta Malaquías. Pero luego pasarían 400 años donde no se añadiría más a las Escrituras. Por eso este período entre el Antiguo y el Nuevo Testamento se llama “Entre los Testamentos” o “el período intertestamentario”. 

Sin embargo, hay bastante descrito de este período en el Antiguo Testamento. Dios no dejaría a su pueblo sin una visión del futuro. Por el libro de Daniel sabían que luego del Imperio Persa vendría el Imperio Griego y después otro más, el Imperio Romano. Dios le había dicho a Daniel alrededor del año 600 a.C.: “En cuanto al carnero que viste, que tenía dos cuernos, éstos son los reyes de Media y de Persia. El macho cabrío es el rey de Grecia, y el cuerno grande que tenía entre sus ojos es el rey primero [Alejandro Magno]” (Dn 8:20-21). Esto se cumplió en 332 a.C., cuando Alejandro derrotó a los persas y se apoderó de todo el Medio Oriente, incluyendo Judá.

El primer personaje clave: Alejandro Magno

Alejandro Magno

Comenta Halley: “En su invasión de Palestina en 332 a.C., [Alejandro] mostró gran consideración hacia los judíos; dejó intacta a Jerusalén, y ofreció garantías a los judíos para que se establecieran en Alejandría, Egipto. Fundó ciudades griegas por todas partes de sus dominios, y juntamente con ellas la cultura y el idioma griegos” (p. 354). 

Dios había dicho en Zacarías que Jerusalén sería protegida cuando vinieran los griegos. “Habitará en Asdod un extranjero [Alejandro cumplió con esto], y pondré fin a la soberbia de los filisteos [Alejandro hizo esto]... Entonces acamparé alrededor de mi casa como un guarda, para que ninguno vaya ni venga, y no pasará más sobre ellos el opresor…” (Zac 9:6-8).

El historiador Josefo narra el sueño que tuvo Alejandro que impidió que destruyera a Jerusalén al ver al sumo sacerdote vestido de blanco. Josefo añade que Alejandro no sólo vio al sumo sacerdote en el sueño, sino que quedó muy impresionado después, al saber que su conquista había sido profetizada unos 300 años antes en el libro de Daniel. 

Dice Josefo: “Entró en la ciudad [Jerusalén] y ofreció un sacrificio a Dios, de acuerdo con lo prescrito por el sumo sacerdote y dio pruebas de gran respeto al pontífice y a los sacerdotes. Le enseñaron el libro de Daniel, en el cual se anuncia que el imperio de los griegos destruirá al de los persas; creyendo que se refería a él, satisfecho despidió a la multitud. Los llamó de nuevo al día siguiente, y les dijo que pidieran lo que quisieran. El pontífice solicitó que se les permitiera vivir de acuerdo con sus leyes, y que cada siete años se los librara de pagar tributos [el año sabático]; Alejandro lo otorgó. Además, le pidieron que permitiera a los judíos que vivían en Babilonia y en Media que pudieran observar sus leyes; prometió que así se haría” (Antigüedades de los Judíos, Tomo 2, p. 258).

Debido a las palabras de Alejandro, los griegos gobernaron con bastante benignidad a los judíos durante 150 años. Comenta F. F. Bruce: “Por lo que respecta a Jerusalén y Judá, sus habitantes continuaban disfrutando de su constitución templo-céntrica bajo los nuevos regidores griegos como lo habían hecho antes bajo los persas” (Israel y las Naciones, p. 160).

En el libro del profeta Zacarías, para mostrar su protección de Jerusalén, Dios revela un evento que sucedería unos 200 años más tarde: la conquista de Alejandro Magno por esa zona, que arrasaría con todo, menos Jerusalén y Judá. Todo será porque Dios protegerá a su pueblo. 

“La profecía de la palabra de Dios está contra la tierra de Hadrác y sobre Damasco... También Hamat será comprendida en el territorio de éste; Tiro y Sidón, aunque sean muy sabias. Bien que Tiro se edificó fortaleza, y amontonó plata como polvo, y oro como lodo de las calles, he aquí, el Señor la empobrecerá, y herirá en el mar su poderío, y ella será consumida de fuego. Verá Ascalón, y temerá; Gaza también, y se dolerá en gran manera; asimismo Ecrón…y Escalón no será habitada. Habitará en Asdod un extranjero, y pondré fin a la soberbia de los filisteos... Entonces acamparé alrededor de mi casa como un guarda... y no pasará más sobre ellos el opresor: porque ahora miraré con mis ojos” (Zac 9:1-8).

Todo esto se cumplió al pie de la letra, como comenta Halley: “Los capítulos 9-14 de Zacarías contienen declaraciones que se refieren tan claramente a las guerras griegas, que sucedieron 200 años después de Zacarías, Los críticos que hallan difícil creer que los profetas eran capaces de predecir el futuro, asignan estos capítulos a otro autor posterior... El capítulo 9 parece ser una predicción de las luchas de Judá contra Grecia. Alejandro Magno, en su invasión de Palestina en 332 a.C., asoló las ciudades de los versículos 1-7, en el orden en que aquí se nombran, y sin embargo perdonó a Jerusalén” (p. 342).

¿Por qué Alejandro no conquistó a Jerusalén, aunque se había rebelado contra él? Dios dice que Él la protegería, ¿Cómo lo hizo? Pues el historiador Josefo cuenta que fue por un sueño. “Luego Alejandro marchó hacia Siria, se apoderó de Damasco y de Sidón, sitiando a Tiro. Envió cartas al sumo sacerdote de los judíos para que lo ayudara con refuerzos, que suministrara provisiones a su ejército y que le pagara a él los tributos que pagaba al rey persa, Darío y se hiciera amigo de los griegos; no se arrepentiría de ello. El sumo sacerdote respondió a los mensajeros que él con juramentos se había comprometido con Darío a no tomar las armas en su contra, y que no lo violaría mientras Darío viviera. Oídas estas noticias, Alejandro se indignó sobremanera; y sin abandonar a Tiro, que estaba a punto de caer, amenazó que, una vez sometida, marcharía con el ejército contra el sumo sacerdote de los judíos y con el castigo que le infligiría le demostraría a quién tenía que cumplirle los juramentos. Después de apoderarse de Tiro... subió a Jerusalén. Jad, el sumo sacerdote, temió y se angustió… y ordenó al pueblo que rogara y ofreció sacrificios a Dios para que protegiera a su pueblo y lo librará de los peligros que lo amenazaban. Dios le reveló en un sueño que estuviera de buen ánimo, que adornara la ciudad y que abriera sus puertas, y el pueblo con vestiduras blancas y él y los sacerdotes revestidos de sus ornamentos le salieran al encuentro, sin temer nada malo, pues Dios los protegería... Cuando se informó que Alejandro no se encontraba muy lejos de la ciudad, salió con los sacerdotes y los laicos, y avanzó al encuentro con una solemnidad y dignidad... Los fenicios y caldeos que estaban en compañía se imaginaban que éste les permitiría saquear la ciudad... pero pasó todo lo contrario. Alejandro, al contemplar todo esto se acercó solo y, antes de saludar al sacerdote, veneró este nombre [de Dios escrito en la tiara)... 'No lo adoré a él', dijo Alejandro, sino al Dios cuyo sumo sacerdocio ejerce. Lo vi en esta forma en sueños... él conduciría mi ejército y me entregaría el imperio de los persas... Creo que mi expedición se ha realizado por inspiración divina” (Antigüedades, Libro 11, Sec. 8.3).

Aun el gran Alejandro estuvo sujeto a los designios de Dios, otra prueba de la profecía cumplida.

El segundo personaje clave: Antíoco Epífanes

Antíoco Epífanes

Sin embargo, ahora se levantaría otro “rey que no conocía a José”. Sería el rey griego Antíoco Epífanes, que decide erradicar la religión de Dios por completo y sustituirla a punta de espada por el helenismo. El helenismo es, según el diccionario, la influencia religiosa, científica, literaria, artística y política ejercida por la cultura griega sobre las otras naciones. Se llama así porque los habitantes que llegaron a ser los griegos primero se llamaron helenos. 

Los reyes griegos que habían gobernado a Judea establecieron sus típicos edificios helenistas en otras ciudades cerca de Jerusalén: el teatro, el gimnasio, el hipódromo, y el estadio. Comenta Bruce: “Una de las principales facetas de los efectos culturales de las conquistas de Alejandro fue la construcción de nuevas ciudades de acuerdo con el modelo griego… era imposible evitar la influencia de las ciudades griegas que estaban en medio de los judíos. Tenían que aprender algo de griego cuando traían sus productos al mercado de la ciudad griega… Era inevitable que bajo los regímenes ptolemaico (reyes griegos en Egipto) y seléucida (reyes griegos en Siria) los judíos quedaran expuestos en muchas formas a la civilización helenística. Había miembros de las principales familias de Jerusalén que estaban deseosos de disfrutar en su propia ciudad aquellas amenidades de la vida ciudadana griega que se encontraban, por ejemplo, en Alejandría y Antioquía. ¿Por qué Jerusalén no había de tener también su gimnasio al aire libre, teatro, hipódromo y estadio?... Algunas de estas tendencias eran completamente dañinas para el verdadero propósito de Dios con Israel, porque rompían la pared de separación entre judíos y gentiles, borrando la aguda distinción entre el monoteísmo moral de Israel y el paganismo griego. Esto era aborrecible a los ojos de los hombres piadosos de Jerusalén, chapados a la antigua, pero poco podían hacer contra el curso de tan deplorables tendencias” (p. 163-166).

El gran choque entre el helenismo y el judaísmo tuvo lugar en el año 168 a.C., cuando Antíoco Epífanes llevó a cabo la primera “Abominación Desoladora”. Dice Bruce: “Sus soldados trataron a Jerusalén como ciudad rebelde, y tomándola por las armas, causaron gran mortandad… aboliría la antigua constitución de Judá como estado-templo, sustituyéndola por otra de ciudad-estado al estilo griego, controlada por personas en quienes Antíoco pudiera confiar...Esta ciudad había de servir como modelo...de los elementos helenizantes... Antíoco erigió un nuevo altar en el patio del Templo y la estatua de Zeus, dios del Olimpo, fue adorado adentro… Lo que siguió fue una persecución religiosa, quizás la primera en la historia. El circuncidar a los hijos, el poseer un rollo de los escritos sagrados, el negarse a comer carne de cerdo [y el guardar el sábado] eran las principales ofensas” (Bruce, p. 184-187).

El tercer gran personaje: El valiente Matatías

Matatías

Es ahora cuando una familia judía se levanta contra los poderosos griegos. Comenta Bruce: “Había un sacerdote, llamado Matatías, que con sus hijos vivían en la ciudad de Modín. En esta ciudad, como en otras, se había levantado un altar pagano y se les ordenaba a los ciudadanos que participasen en el sacrificio. El oficial invitó a Matatías a ser el primero en participar, pero rehusó, diciendo que él y su familia mantendrían el pacto antiguo, aunque todos los demás cayeran en la apostasía. Y esto no fue todo, sino que cuando otro judío más flexible llegó al altar para ofrecer el sacrificio, Matatías corrió hacia él y lo mató. Luego tuvo que matar también al oficial que lo defendía. Se derribó entonces el altar y Matatías proclamó su grito de guerra: ‘¡Todos los que tienen celo de la Ley y que están firmes en la Alianza, salgan en pos de mí!” (Bruce, p. 190). A pesar de que formaron una pequeña banda de libertadores, Matatías y sus hijos lograron la victoria. Halley comenta: “Tuvo cinco hijos heroicos… Judas, Jonatán, Simón, Juan y Eleazar. Matatías murió en el 166 a.C. Su manto cayó sobre su hijo Judas [llamado el Macabeo o martillo por lo duro que peleaba], guerrero de genio militar pasmoso. Ganó batalla tras batalla contra números increíbles e imposibles. Reconquistó Jerusalén en 165 a.C. y purificó y consagró el Templo. Este es el origen de la fiesta de la Dedicación (Januca) o su día de independencia. Judas reunió en sí mismo la autoridad sacerdotal y civil, y de esta manera estableció la sucesión Asmonea [descendientes de Asmón] de sacerdotes gobernadores que durante 100 años (165-63 a.C.) encabezaron una Judea independiente.

Es en este período que se escribieron los Libros Apócrifos [significa escondidos], que se encuentran en las Biblias católicas. Dice Halley: “Tuvieron su origen en los siglos 3 al 1 a.C. Son principalmente de procedencia desconocida y fueron añadidos a la Septuaginta o traducción griega del A.T. hecha en aquella época. No estaban en el A.T. hebreo. Fueron escritos después de que habían cesado las profecías, los oráculos y la revelación directa del A.T. Josefo los rechaza por entero. Jamás fueron reconocidos por los judíos como parte de las Escrituras hebreas. Jamás los citó Jesús, ni los cita parte alguna del N.T… En el Concilio de Trento en 1546 para detener el movimiento protestante, la iglesia católica los declaró canónicos [inspirados], y aún permanecen en las versiones católicas de la Biblia” (p. 358). De modo que no debemos tomarlos en cuenta.

Seguimos con la historia de los reyes asmoneos que comenzaron bien. “Los primeros años de independencia bajo Juan Hircano, hijo de Simón Macabeo, parecía una pequeña edad de oro a los ojos de las generaciones futuras. Los antiguos y venerables oficios de profeta, sacerdote y rey parecían haberse combinado en él. Juan Hircano aprovechó las sucesivas rencillas entre los seléucidas para aumentar su propio poder… Por el sur guerreó contra los idumeos… los subyugó, los hizo aceptar la circuncisión y así los incorporó formalmente como miembros de la nación judía. Pero los hasidim [antecesores de los fariseos], o al menos algunos de ellos continuaban viendo con malos ojos que los asmoneos retuvieran el poder… Como posteriormente los asmoneos se hicieron menos populares, los fariseos ganaron en popularidad” (Bruce, p. 220). Los sucesores de Hircano llegaron a corromperse por completo, tuvieron guerras civiles entre ellos y los romanos se aprovecharon para conquistar la región.

El cuarto personaje clave: El general Pompeyo

Pompeyo

Sucedió que los dos hermanos asmoneos rivales, Hircano y Aristóbulo buscaron el apoyo de los romanos. “En 63 a.C., el general romano Pompeyo había sometido el norte de Siria, y llegó a Damasco, donde le esperaban Artistóbulo e Hircano, rogando cada uno por su propia causa… Aristóbulo no confió en Pompeyo y salió para Jerusalén con el propósito de presentar allí su resistencia. Cuando Pompeyo llegó a las afueras de Jerusalén, Aristóbulo lo pensó mejor y se entregó… Reducida así, Judea quedó como tributaria de Roma. A Hircano se le confirmó en la dignidad de sumo sacerdote y en el liderato de su nación, pero sin permitirle el título de rey… Ahora que Hircano había recibido la confirmación como sumo sacerdote, su amigo Antípater, el gobernador idumeo, le apoyó… Desde la conquista romana en adelante fue táctica fija de Antípater y de su familia [su hijo Herodes] apoyar el poder de Roma en Asia occidental” (Bruce, p. 232). Este Antípater se aprovechó de la rivalidad de los dos hermanos para ser nombrado por los romanos como gobernador de Judea y le sucedió su hijo, Herodes.

El quinto personaje clave: Herodes el Grande

Herodes el Grande

Herodes el Grande gobernó bajo la tutela de los romanos del año 37 a.C. hasta morir en 4 a.C. Por eso, las fechas del nacimiento de Cristo están mal, pues Herodes intentó matar a Jesús en Belén y, por lo tanto, ¡Cristo tuvo que nacer antes del final del año 4 a.C.! 

Herodes fue un gran constructor en Israel, y renovó por completo el Templo de Dios. Pero la historia lo conoce más bien por su implacable crueldad. Este hombre tirano y realmente endemoniado fue usado por Satanás al intentar matar a Cristo. Leemos en Apocalipsis 12:4-5 cómo Satanás usó a Herodes para procurar matar a Jesús: “Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese. Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones”. Aquí se refiere a la matanza de los niños en Belén ordenada por Herodes. No se menciona en la historia secular, pues cometió muchas matanzas y aplastó cruelmente tantas sublevaciones que esto fue pequeño en comparación.

¿Cómo sabemos que estaba endemoniado? Al notar los celos diabólicos que hizo eliminar a sus propios seres queridos. Dicen los historiadores: “Exterminó con una crueldad inaudita a todos sus enemigos, reales o supuestos, empezando con los de su propia familia. Hizo dar muerte a su propio hermano y tío, luego prácticamente a toda la familia de su esposa Mariamme. Enloqueció y mató al guardián de ella. Luego la mató a ella, a sus dos hermanos, a su madre, al abuelo de ella y a un tío. Sin embargo, se casó nueve veces más. Para finalizar su sangrienta vida, cinco días antes de su muerte, hizo asesinar a Antípater, un hijo heredero y luego ordenó la matanza de los hombres más nobles de Jerusalén para que el pueblo llorase cuando escuchara sobre su propia muerte. Afortunadamente, no se llevó a cabo esta última matanza al morir antes Herodes” (Diccionario Ilustrado de la Biblia, p. 279).

Esto nos prepara para entrar en el Nuevo Testamento, donde el silencio en las Escrituras por 400 años se rompe dramáticamente con la voz del último profeta del Antiguo Testamento que anuncia la primera venida del anhelado Mesías, el Señor de señores y Rey de reyes: Jesús, el Cristo.

“No será quitado el cetro de Judá,
Ni el legislador de entre sus pies,
Hasta que venga Siloh;
Y a él se congregarán los pueblos” (Sal 49:10).





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